A la luz de los recientes acontecimientos hay que concluir que el proceso descentralizador que vivió Venezuela en la década de los 80 fue una simple farsa, pues si bien se dieron cambios importantes con miras a acercar recursos y servicios al ciudadano, pareciera que no se creó, debidamente, la conciencia ciudadana sobre las bondades de la descentralización. Con mucho dolor ahora presenciamos cómo por coyunturas circunstanciales se echa al olvido uno de nuestros principios fundamentales de gobierno. Nada fácil fue ese proceso de restarle poder a los partidos políticos tradicionales para de esa forma fortalecer los liderazgos regionales y buscar la consolidación de las autonomías estadales y municipales. A pesar que muchos factores políticos se opusieron a ello, el cambio se dio y con ello se inicio una gesta destinada a consolidar una verdadera federación.
Sin embargo, el gobierno de Caldera puso el primer freno a la descentralización y luego el de Chávez se ha encargado de revertirla completamente, con miras a concentrar todo el poder en una sola persona. Una reciente derrota electoral del partido de gobierno, en unos Estados claves, ha consolidado el regreso al Estado centralista. Ya hoy queda muy poco, por no decir nada, de esa ilusión de transferir el poder de Caracas a las regiones.
Pareciera que el Presidente decidió castigar al país luego de haber optado por candidatos nuevos, oxigenados y con esperanzas de mejorar nuestras condiciones de vida. Como si comparar gestiones fuera un pecado capital. Por ello, burlándose de la voluntad popular ha decidido vaciar de contenido el proceso de descentralización. Con la nueva ley se justifica cualquier intervención de los bienes y servicios regionales y queda en manos del Presidente la decisión de revertir cualquier competencia regional. La Constitución quedó, nuevamente, en letra muerta.
Lo más sorprendente es que los únicos que cuestionan este zarpazo a la descentralización son los gobernantes de oposición, pues a los oficialistas les importa poco que todo dependa de Miraflores, ya que sus liderazgos son irreales, dependen de la voluntad de una sola persona.
¿Será posible detener esto? Soñemos en que sí, en que a la vuelta de la democracia vendrán mejores opciones y fórmulas para evitar que se desconozcan nuestros principios fundamentales de gobierno.
Es necesario rescatar la conciencia ciudadana de que no todo puede depender de una sola persona, que las regiones requieren de autonomía, pero sin trácalas o fraudes constitucionales. Qué tanto nos falta para merecer una democracia.
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