"Amo la traición, pero odio al traidor", parece que dijo Cayo Julio César, cuyo uso de las traiciones fue parejo a los traidores que concilió. Desde antaño, y más allá de las muchas edades del hombre en su recorrido histórico, el delator ha sido siempre expulsado del bien moral de una sociedad. Siempre…, hasta estos días extraños, que parecen convertir al delator en un ciudadano ejemplar.
Oficiales y soldados del Ejército venezolano deberán informar a partir de ahora sobre cualquier mensaje ofensivo, crítica o analogía contrarios al gobierno del presidente Hugo Chávez, que circulen entre sus compañeros de fuerza, según un reciente radiograma militar, reproducido por el Nuevo Herald de Miami.
En una orden fechada el pasado 12 de mayo, el general José Cristóbal Fuentes Torres, director de Inteligencia del Ejército, ordena a todo el personal militar "notificar de inmediato'' a sus superiores o a funcionarios de inteligencia sobre todo tipo de mensajes que cuestionen a Chávez.
Según el documento: "Todo personal militar que reciba vía internet, mensajería de texto u otros medios, correos electrónicos, mensajes ofensivos, críticas o analogías de diferentes índoles, contrarias al sistema de gobierno que preside nuestro comandante en jefe, teniente coronel Hugo Rafael Chávez Frías, deberá notificar de inmediato el contenido recibido a su comando natural o a la dirección de inteligencia del Ejército Nacional''.
La invitación a la delación, cualesquiera que sean sus razones, es no sólo en el plano político una evidencia de la ineptitud de las autoridades para cumplir con sus responsabilidades, sino que desde el punto de vista ético constituye una invitación a cometer uno de los actos más viles y repugnantes que se pueda imaginar, por lo que el gobierno al estar pidiendo a los soldados que se envilezcan denunciándose los unos a los otros, recurre a una práctica indigna y, además, ajena a nuestro sistema jurídico.
Delatar supone revelar voluntariamente a la autoridad un delito, y su perpetrador. Es decir, sin que nadie lo obligue a una confesión, el delator se siente orgulloso de sus actos, u obtiene una recompensa por ello. El delator cree que, con su acción, contribuye al bienestar general, mandando a la hoguera a quienes él considera peligrosos. Su dedo acusador es implacable: se autoerige en juez de los actos ajenos.
Aunque parezca mentira, los Estados Totalitarios, como Venezuela, son más débiles que las democracias. Los Estados Totalitarios están obligados a suponer, en primera instancia, que todos sus ciudadanos son virtuales enemigos. Además, tenemos el ejemplo histórico de los "Procesos de Moscú". En este caso el Estado Totalitario se resumía en una sola persona. Y como es imposible (por naturaleza) que un solo individuo pueda controlar a todo el aparato del Estado y el Gobierno, casi siempre estos individuos se vuelven paranoicos y su tendencia es primero sospechar de sus más cercanos colaboradores, y en segundo lugar, suponer que toda la población está contra él. Stalin había organizado un aparato de inteligencia que lo mantenía informado de los más nimios detalles que ocurrieran en su vasto imperio. En el caso cubano el Estado necesita adelantarse a los acontecimientos. Incluso, hacerle saber a los ciudadanos que aun antes de realizar acciones que se consideren contrarias al gobierno ya pueden considerarse (porque lo perciben y lo sienten) vigilados. Esa ha sido la estrategia de la revolución cubana desde el mismo día que arribó al poder en al año 1959.
¡Delatar! ¡Delatar! ¡Delatar! Esto es lo que ciertos sujetos, militares reconvertidos en políticos, "sin ideología", nos están proponiendo: la delación como práctica cívica. Como en la novela Mil novecientos ochenta y cuatro del inglés George Orwell: Delate a su suegro, a su compañero de trabajo, al quiosco de la otra cuadra, a su hermano, a su hijo. Aunque la delación destruya solidaridades, pulverice lazos sociales, enemiste a las personas sin fundamentos válidos: Delate, que es bueno delatar. Aunque siembre el terror, aliente la desconfianza mutua, genere violencia: Delate, porque así, delatando, usted estará participando en el concurso, usted tendrá poder. ¡Sapee y Gane!
Oficiales y soldados del Ejército venezolano deberán informar a partir de ahora sobre cualquier mensaje ofensivo, crítica o analogía contrarios al gobierno del presidente Hugo Chávez, que circulen entre sus compañeros de fuerza, según un reciente radiograma militar, reproducido por el Nuevo Herald de Miami.
En una orden fechada el pasado 12 de mayo, el general José Cristóbal Fuentes Torres, director de Inteligencia del Ejército, ordena a todo el personal militar "notificar de inmediato'' a sus superiores o a funcionarios de inteligencia sobre todo tipo de mensajes que cuestionen a Chávez.
Según el documento: "Todo personal militar que reciba vía internet, mensajería de texto u otros medios, correos electrónicos, mensajes ofensivos, críticas o analogías de diferentes índoles, contrarias al sistema de gobierno que preside nuestro comandante en jefe, teniente coronel Hugo Rafael Chávez Frías, deberá notificar de inmediato el contenido recibido a su comando natural o a la dirección de inteligencia del Ejército Nacional''.
La invitación a la delación, cualesquiera que sean sus razones, es no sólo en el plano político una evidencia de la ineptitud de las autoridades para cumplir con sus responsabilidades, sino que desde el punto de vista ético constituye una invitación a cometer uno de los actos más viles y repugnantes que se pueda imaginar, por lo que el gobierno al estar pidiendo a los soldados que se envilezcan denunciándose los unos a los otros, recurre a una práctica indigna y, además, ajena a nuestro sistema jurídico.
Delatar supone revelar voluntariamente a la autoridad un delito, y su perpetrador. Es decir, sin que nadie lo obligue a una confesión, el delator se siente orgulloso de sus actos, u obtiene una recompensa por ello. El delator cree que, con su acción, contribuye al bienestar general, mandando a la hoguera a quienes él considera peligrosos. Su dedo acusador es implacable: se autoerige en juez de los actos ajenos.
Aunque parezca mentira, los Estados Totalitarios, como Venezuela, son más débiles que las democracias. Los Estados Totalitarios están obligados a suponer, en primera instancia, que todos sus ciudadanos son virtuales enemigos. Además, tenemos el ejemplo histórico de los "Procesos de Moscú". En este caso el Estado Totalitario se resumía en una sola persona. Y como es imposible (por naturaleza) que un solo individuo pueda controlar a todo el aparato del Estado y el Gobierno, casi siempre estos individuos se vuelven paranoicos y su tendencia es primero sospechar de sus más cercanos colaboradores, y en segundo lugar, suponer que toda la población está contra él. Stalin había organizado un aparato de inteligencia que lo mantenía informado de los más nimios detalles que ocurrieran en su vasto imperio. En el caso cubano el Estado necesita adelantarse a los acontecimientos. Incluso, hacerle saber a los ciudadanos que aun antes de realizar acciones que se consideren contrarias al gobierno ya pueden considerarse (porque lo perciben y lo sienten) vigilados. Esa ha sido la estrategia de la revolución cubana desde el mismo día que arribó al poder en al año 1959.
¡Delatar! ¡Delatar! ¡Delatar! Esto es lo que ciertos sujetos, militares reconvertidos en políticos, "sin ideología", nos están proponiendo: la delación como práctica cívica. Como en la novela Mil novecientos ochenta y cuatro del inglés George Orwell: Delate a su suegro, a su compañero de trabajo, al quiosco de la otra cuadra, a su hermano, a su hijo. Aunque la delación destruya solidaridades, pulverice lazos sociales, enemiste a las personas sin fundamentos válidos: Delate, que es bueno delatar. Aunque siembre el terror, aliente la desconfianza mutua, genere violencia: Delate, porque así, delatando, usted estará participando en el concurso, usted tendrá poder. ¡Sapee y Gane!
Juan Carlos Apitz
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