Iba transitando por el canal derecho de una autopista. De pronto, fui sorprendido por un vehículo que me rebasaba a toda velocidad por mi izquierda. El chofer hizo un movimiento brusco, se me vino encima y continúo su marcha con el mismo ímpetu que traía. Tuve que orillarme para que no me chocara.
Inmediatamente busque la causa de tan inesperado viraje del chofer. Me di cuenta que era un perro muerto tendido en medio de la vía, y no quiso arrollarlo. Después del susto seguí mi camino.
Luego de avanzar unos cincuenta kilómetros vi a otro perro, pero éste estaba vivo, parado en medio de la carretera. Otro carro que venía a toda velocidad, sin hacer el más mínimo esfuerzo por esquivar al animal, lo atropello y lo mato.
¡Qué contradicción! Mientras un chofer evita pisar a un perro muerto, otro destripa a un perro vivo. Estas dos escenas contempladas en un solo día me llevaron a reflexionar. Entre la vida y la muerte los hombres vivimos una tremenda paradoja. Muchas veces amamos más a los muertos que a los vivos. Esta actitud se nota hasta en algunas familias: tienen bonitos recuerdos y mejor trato para el pariente difunto que para los seres que permanecen vivos.
Durante una guerra, el convenio de Ginebra y los tratados fundamentales del Derecho Internacional Humanitario obligan a todas las partes a proteger la vida y la dignidad de los combatientes heridos o enfermos en situaciones de conflicto armado en todo el mundo.
Hablando de paradojas, este convenio es una de las contradicciones más grandes que existen. Es decir, en la guerra hay que salvar a los heridos y enfermos enemigos pero matar a los sanos. El convenio lo que debería prohibir es la guerra por inhumana. Y esto se logra respetando la vida de los vivos sanos, para que no tengamos ¡heridos y enfermos enemigos! que salvar.
Y el problema no es que existan heridos y enfermos, porque siempre los vamos a tener. Lo triste es que tengamos enemigos.. Y lo más triste aun es que no nos perdonemos. Que los enfermos, heridos y muertos no sean por causa de la guerra.
En una oportunidad un padre paseaba con su hijo por el centro de la ciudad. Al pasar cerca de una construcción muy hermosa y rodeada de escoltas militares, el pregunto al papa que iglesia era ese edificio. El padre dijo que eso no era ninguna iglesia sino el Panteón Nacional.
Papi continua el niño, y que hay en el Panteón Nacional?
Hijo mío respondió el padre lleno de emoción nacionalista? . Ahí están todos nuestros compatriotas muertos que en vida libraron gestas heroicas por la patria.
El niño quedo muy satisfecho con la respuesta de su padre. Siguieron su camino y se toparon con otro edificio, no tan bonito ni tan limpio como el Panteón Nacional y con ausencia de escoltas, de donde salían mujeres con sus niños y entraban madres embarazadas.
El niño preguntó a su papi que era ese edificio. El padre dijo que eso era la Maternidad Publica.
Papi dijo el muchacho, ¿y qué hacen esas mujeres y esos niños en la maternidad?
Hijo, ahí nacen los niños que un día harán algo por la patria dijo el padre sin ninguna emoción.
El niño se llena de admiración al ver lo bonito, limpio y bien cuidado que lucía el Panteón Nacional, donde están todos nuestros compatriotas muertos que en vida libraron gestas heroicas por la patria. El padre con la misma emoción nacionalista le dijo a su hijo: Por supuesto, hijo!.... Ahí están nuestros próceres y libertadores!
Papi, otra pregunta: Porque la maternidad esta tan fea y tan descuidada?, no nacen ahi los niños que un día van a hacer algo por la Patria? Y por que escoltan a los muertos y no a los niños que nacen? ya el muchacho se estaba poniendo fastidioso con tantas preguntas paradójicas.
Bueno... mira, hijo... te explicare respondió el padre sin saber que explicar. Porque las paradojas no se explican ni se responden. Se viven.
Papi, y porque... el padre lo interrumpió.
Hijo, vamos a comer helados! Si? dijo el padre.
Y con un helado hizo que su hijo no preguntara más.
Un helado muchas veces corta al niño su capacidad de crítica, y al adulto también. Un helado sin emoción enfría el corazón.
El nacionalismo enciende la cultura de la muerte. Un amigo me dijo un día: Patria o Muerte?. Yo le respondí: Muere tú si quieres. Pero no tienes por qué invitarme a la muerte. La Patria no necesita muertos sino vivos. A los muertos hay que respetarlos poniéndolos en su sitio y a los vivos hay que dejarlos vivir.
Inmediatamente busque la causa de tan inesperado viraje del chofer. Me di cuenta que era un perro muerto tendido en medio de la vía, y no quiso arrollarlo. Después del susto seguí mi camino.
Luego de avanzar unos cincuenta kilómetros vi a otro perro, pero éste estaba vivo, parado en medio de la carretera. Otro carro que venía a toda velocidad, sin hacer el más mínimo esfuerzo por esquivar al animal, lo atropello y lo mato.
¡Qué contradicción! Mientras un chofer evita pisar a un perro muerto, otro destripa a un perro vivo. Estas dos escenas contempladas en un solo día me llevaron a reflexionar. Entre la vida y la muerte los hombres vivimos una tremenda paradoja. Muchas veces amamos más a los muertos que a los vivos. Esta actitud se nota hasta en algunas familias: tienen bonitos recuerdos y mejor trato para el pariente difunto que para los seres que permanecen vivos.
Durante una guerra, el convenio de Ginebra y los tratados fundamentales del Derecho Internacional Humanitario obligan a todas las partes a proteger la vida y la dignidad de los combatientes heridos o enfermos en situaciones de conflicto armado en todo el mundo.
Hablando de paradojas, este convenio es una de las contradicciones más grandes que existen. Es decir, en la guerra hay que salvar a los heridos y enfermos enemigos pero matar a los sanos. El convenio lo que debería prohibir es la guerra por inhumana. Y esto se logra respetando la vida de los vivos sanos, para que no tengamos ¡heridos y enfermos enemigos! que salvar.
Y el problema no es que existan heridos y enfermos, porque siempre los vamos a tener. Lo triste es que tengamos enemigos.. Y lo más triste aun es que no nos perdonemos. Que los enfermos, heridos y muertos no sean por causa de la guerra.
En una oportunidad un padre paseaba con su hijo por el centro de la ciudad. Al pasar cerca de una construcción muy hermosa y rodeada de escoltas militares, el pregunto al papa que iglesia era ese edificio. El padre dijo que eso no era ninguna iglesia sino el Panteón Nacional.
Papi continua el niño, y que hay en el Panteón Nacional?
Hijo mío respondió el padre lleno de emoción nacionalista? . Ahí están todos nuestros compatriotas muertos que en vida libraron gestas heroicas por la patria.
El niño quedo muy satisfecho con la respuesta de su padre. Siguieron su camino y se toparon con otro edificio, no tan bonito ni tan limpio como el Panteón Nacional y con ausencia de escoltas, de donde salían mujeres con sus niños y entraban madres embarazadas.
El niño preguntó a su papi que era ese edificio. El padre dijo que eso era la Maternidad Publica.
Papi dijo el muchacho, ¿y qué hacen esas mujeres y esos niños en la maternidad?
Hijo, ahí nacen los niños que un día harán algo por la patria dijo el padre sin ninguna emoción.
El niño se llena de admiración al ver lo bonito, limpio y bien cuidado que lucía el Panteón Nacional, donde están todos nuestros compatriotas muertos que en vida libraron gestas heroicas por la patria. El padre con la misma emoción nacionalista le dijo a su hijo: Por supuesto, hijo!.... Ahí están nuestros próceres y libertadores!
Papi, otra pregunta: Porque la maternidad esta tan fea y tan descuidada?, no nacen ahi los niños que un día van a hacer algo por la Patria? Y por que escoltan a los muertos y no a los niños que nacen? ya el muchacho se estaba poniendo fastidioso con tantas preguntas paradójicas.
Bueno... mira, hijo... te explicare respondió el padre sin saber que explicar. Porque las paradojas no se explican ni se responden. Se viven.
Papi, y porque... el padre lo interrumpió.
Hijo, vamos a comer helados! Si? dijo el padre.
Y con un helado hizo que su hijo no preguntara más.
Un helado muchas veces corta al niño su capacidad de crítica, y al adulto también. Un helado sin emoción enfría el corazón.
El nacionalismo enciende la cultura de la muerte. Un amigo me dijo un día: Patria o Muerte?. Yo le respondí: Muere tú si quieres. Pero no tienes por qué invitarme a la muerte. La Patria no necesita muertos sino vivos. A los muertos hay que respetarlos poniéndolos en su sitio y a los vivos hay que dejarlos vivir.
Ricardo Bulmez
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