Al piloto margariteño que llevaba en su barca a Humboldt por el mar del oriente venezolano no le hacía falta conocer de la leve diferencia entre el norte geográfico y el magnético, y respondió a la pregunta al respecto que le hizo el sabio, con la rotunda seguridad de un marino de cabotaje de principios del siglo XIX: si la brújula no apunta al norte es porque está mala.
Verdaderamente, la brújula apunta siempre al mismo sitio. Su utilidad reside en ello, no porque se vaya al norte, sino porque la gente necesita orientarse en cualquier dirección. Y porque es confiable, mientras "esté buena", porque si no su referencia extravía. Aunque es necesario estar precavido de la precisión científica sobre su verdadero significado cuando se trata de navegación avanzada.
Para los venezolanos, quizá más que para nacionales de muchos países de similar o superior nivel de desarrollo, el Gobierno ha sido como una brújula, dado el enorme peso autónomo del Estado en materia financiera sobre toda la población. Empresarios, trabajadores y consumidores están pendientes de la brújula para formarse sus propias coordinadas. Es una costumbre que responde a una realidad petrolera subyacente y a una inclinación casi inevitable de los dirigentes políticos.
Tristemente para la ciudadanía de esta nación, sus gobiernos han tenido tantos problemas con ajustar el curso del país en línea con las exigencias más estrictas de una comunidad internacional que ha avanzado más rápido que nosotros en los últimos 30 años, y más recientemente con la calidad de sus orientaciones generales, como es el norte socialista que se quiere imponer ahora desde el poder.
Para una mayoría, los gobiernos prechavistas perdieron la brújula y por ello mostraron confiar en la nueva que ofreció en sus comienzos el régimen actual. Pero ahora la brújula que se viene usando da muestras de estar enloquecida. Porque según sus señales, el norte se mueve de lugar con frecuencia.
Un universo creciente de socialistas desmienten que este sea un régimen socialista. Al igual que los demócratas y los trabajadores desmienten que sea democrático o favorable a obreros y empleados. Los integracionistas latinoamericanos también dejaron de ver al venezolano como un gobierno con una vocación en ese sentido. Los más humildes comienzan a rebelarse, al igual que otros estratos sociales, frente a lo que se creyó era un rumbo hacia la felicidad, la paz, la prosperidad y el trabajo. Para éstos y muchos otros, el Gobierno no perdió la brújula sino que con ella apunta a un norte falso, de sufrimiento, conflicto y guerra, empobrecimiento y desempleo. La brújula está mala.
Los indicadores revelan contracción económica, tensión social, conflicto externo, entre otras ominosas consecuencias generadas por actuaciones del gobierno, advertidas con anticipación por muchos. Con los problemas acumulándose en estos órdenes, el país está urgido de una brújula que esté buena. Que no sea engañosa, que sirva para bien en la vida de todos, que determine un rumbo que responda a las necesidades de todos y no de unos pocos, que apunte a la justicia y no a la arbitrariedad.
Si el capitán con quien viajó Humboldt por estos mares hubiera manejado una brújula mala, la vida del naturalista se habría perdido, así como sus escritos y relatos posteriores.
Verdaderamente, la brújula apunta siempre al mismo sitio. Su utilidad reside en ello, no porque se vaya al norte, sino porque la gente necesita orientarse en cualquier dirección. Y porque es confiable, mientras "esté buena", porque si no su referencia extravía. Aunque es necesario estar precavido de la precisión científica sobre su verdadero significado cuando se trata de navegación avanzada.
Para los venezolanos, quizá más que para nacionales de muchos países de similar o superior nivel de desarrollo, el Gobierno ha sido como una brújula, dado el enorme peso autónomo del Estado en materia financiera sobre toda la población. Empresarios, trabajadores y consumidores están pendientes de la brújula para formarse sus propias coordinadas. Es una costumbre que responde a una realidad petrolera subyacente y a una inclinación casi inevitable de los dirigentes políticos.
Tristemente para la ciudadanía de esta nación, sus gobiernos han tenido tantos problemas con ajustar el curso del país en línea con las exigencias más estrictas de una comunidad internacional que ha avanzado más rápido que nosotros en los últimos 30 años, y más recientemente con la calidad de sus orientaciones generales, como es el norte socialista que se quiere imponer ahora desde el poder.
Para una mayoría, los gobiernos prechavistas perdieron la brújula y por ello mostraron confiar en la nueva que ofreció en sus comienzos el régimen actual. Pero ahora la brújula que se viene usando da muestras de estar enloquecida. Porque según sus señales, el norte se mueve de lugar con frecuencia.
Un universo creciente de socialistas desmienten que este sea un régimen socialista. Al igual que los demócratas y los trabajadores desmienten que sea democrático o favorable a obreros y empleados. Los integracionistas latinoamericanos también dejaron de ver al venezolano como un gobierno con una vocación en ese sentido. Los más humildes comienzan a rebelarse, al igual que otros estratos sociales, frente a lo que se creyó era un rumbo hacia la felicidad, la paz, la prosperidad y el trabajo. Para éstos y muchos otros, el Gobierno no perdió la brújula sino que con ella apunta a un norte falso, de sufrimiento, conflicto y guerra, empobrecimiento y desempleo. La brújula está mala.
Los indicadores revelan contracción económica, tensión social, conflicto externo, entre otras ominosas consecuencias generadas por actuaciones del gobierno, advertidas con anticipación por muchos. Con los problemas acumulándose en estos órdenes, el país está urgido de una brújula que esté buena. Que no sea engañosa, que sirva para bien en la vida de todos, que determine un rumbo que responda a las necesidades de todos y no de unos pocos, que apunte a la justicia y no a la arbitrariedad.
Si el capitán con quien viajó Humboldt por estos mares hubiera manejado una brújula mala, la vida del naturalista se habría perdido, así como sus escritos y relatos posteriores.
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