La figura del famoso monstruo es la que mejor describe el tipo de economía y de sociedad que está resultando de los esfuerzos de Hugo Chávez por implantar en el país su fulano socialismo del siglo XXI.
Si nos restringimos a lo económico, lo que encontramos es una economía contrahecha, llena de torniquetes y repleta de lo que los economistas llaman "distorsiones". Algunos de ellos gustan decir que el gobierno de Chávez nos está conduciendo a una economía socialista, pues los grandes medios de producción han pasado a manos del Estado. Ese es ciertamente un criterio muy usado para decir que una economía es socialista. Pero también es necesario constatar que, al mismo tiempo, en Venezuela la mayor parte de los trabajadores formales son asalariados de empresarios privados, lo que la hace por todo ese lado sustancialmente capitalista.
Interferencia política Lo que en realidad tenemos es un híbrido monstruoso. El sector estatal está sometido a una interferencia política e ideológica que va mucho más allá del tradicional clientelismo, y que agrava sus efectos. Un clientelismo a la segunda potencia. Por su parte, el sector privado está sometido a un cúmulo de regulaciones y hostigamientos que lo agota en el esfuerzo por cumplirlas, inhibe cualquier paso de audacia o innovación empresarial y ahuyenta la inversión. Con ello lo que obtenemos es una combinación frankensteiniana que conjuga un sector estatal más ineficiente que nunca y un sector privado encorsetado por regulaciones que no pueden dejar de aumentar ni de cambiar, pues los efectos perjudiciales de cada una de ellas exigen, para un gobierno de la mentalidad de este, nuevas regulaciones. Lo peor de los dos mundos. Un sector estatal tremendamente ineficiente, y un sector privado al que no se le deja funcionar de acuerdo a las reglas que lo hacen ser eficiente. Para espesar el menjurje, todo eso funciona sin regla alguna. La única regla que hay es que las reglas pueden cambiar en cualquier momento.
Pero dejemos el terreno económico y pasemos al terreno de los valores, las actitudes y las conductas. Esta es una sociedad penetrada de cabo a rabo por valores y conductas propias de una sociedad capitalista, con los aditamentos propios de un país que, además de capitalista, ha sido petrolero. Aquí la incongruencia se profundiza.
La hegemonía Chávez y sus colaboradores citan con frecuencia al pensador comunista italiano Antonio Gramsci y usan, sin saber bien lo que dicen, uno de los conceptos que este ideólogo aportó al pensamiento marxista y al pensamiento social, el concepto de hegemonía. La hegemonía consiste en que una clase social logre que sus valores, ideologías, actitudes, sean consideradas por el conjunto social y por todas las demás clases como los valores universales, racionales, naturales, eternos, y cosas así. Una clase logra eso a través de lo que Gramsci llama, - dando a esas palabras un significado muy particular-, "intelectuales orgánicos" y "sociedad civil" y que vienen a ser el conjunto de formuladores y difusores de esos valores e ideologías por todo el tejido social. Gramsci tenía allí un punto muy fuerte: todo sistema económico requiere una ética que le corresponde. Si no, no podrá funcionar ni sostenerse. Y esa ética se difunde, no se impone.
No vamos a examinar aquí el tipo de vigencia que las ideas de Gramsci, que escribió en los 1920, pueden tener en el mundo y en la Venezuela de hoy. Se trataba de un hombre brillantísimo, pero cuyo pensamiento tenía encima una hipoteca pesadísima: el marxismo al que adscribía. Pero si alguien, un gramsciano, quisiera aplicar esos conceptos para evaluar las posibilidades de una ética socialista en un país como este, vería que la tiene cuesta arriba. Lo vería, con nada más contemplar la multitud de "intelectuales orgánicos" -casi toda la población misma, en realidad- que diariamente y por todos los rincones de la sociedad difunden los valores con los que funciona una sociedad capitalista del tipo venezolano. Para comprobar los efectos de ello, haga un sencillo experimento, frecuentemente mencionado: váyase un sábado a un centro comercial de cualquier parte del país.
He allí entonces una segunda dimensión del Frankenstein: el intento de construir una supuesta economía socialista en una sociedad sin ética socialista. Ética que, a juzgar por la experiencia histórica, no puede echar raíces en ninguna parte.
Ni socialismo ni capitalismo ni nada. Un débil Frankenstein criollo que da vueltas como un tonto sin saber a dónde va.
Si nos restringimos a lo económico, lo que encontramos es una economía contrahecha, llena de torniquetes y repleta de lo que los economistas llaman "distorsiones". Algunos de ellos gustan decir que el gobierno de Chávez nos está conduciendo a una economía socialista, pues los grandes medios de producción han pasado a manos del Estado. Ese es ciertamente un criterio muy usado para decir que una economía es socialista. Pero también es necesario constatar que, al mismo tiempo, en Venezuela la mayor parte de los trabajadores formales son asalariados de empresarios privados, lo que la hace por todo ese lado sustancialmente capitalista.
Interferencia política Lo que en realidad tenemos es un híbrido monstruoso. El sector estatal está sometido a una interferencia política e ideológica que va mucho más allá del tradicional clientelismo, y que agrava sus efectos. Un clientelismo a la segunda potencia. Por su parte, el sector privado está sometido a un cúmulo de regulaciones y hostigamientos que lo agota en el esfuerzo por cumplirlas, inhibe cualquier paso de audacia o innovación empresarial y ahuyenta la inversión. Con ello lo que obtenemos es una combinación frankensteiniana que conjuga un sector estatal más ineficiente que nunca y un sector privado encorsetado por regulaciones que no pueden dejar de aumentar ni de cambiar, pues los efectos perjudiciales de cada una de ellas exigen, para un gobierno de la mentalidad de este, nuevas regulaciones. Lo peor de los dos mundos. Un sector estatal tremendamente ineficiente, y un sector privado al que no se le deja funcionar de acuerdo a las reglas que lo hacen ser eficiente. Para espesar el menjurje, todo eso funciona sin regla alguna. La única regla que hay es que las reglas pueden cambiar en cualquier momento.
Pero dejemos el terreno económico y pasemos al terreno de los valores, las actitudes y las conductas. Esta es una sociedad penetrada de cabo a rabo por valores y conductas propias de una sociedad capitalista, con los aditamentos propios de un país que, además de capitalista, ha sido petrolero. Aquí la incongruencia se profundiza.
La hegemonía Chávez y sus colaboradores citan con frecuencia al pensador comunista italiano Antonio Gramsci y usan, sin saber bien lo que dicen, uno de los conceptos que este ideólogo aportó al pensamiento marxista y al pensamiento social, el concepto de hegemonía. La hegemonía consiste en que una clase social logre que sus valores, ideologías, actitudes, sean consideradas por el conjunto social y por todas las demás clases como los valores universales, racionales, naturales, eternos, y cosas así. Una clase logra eso a través de lo que Gramsci llama, - dando a esas palabras un significado muy particular-, "intelectuales orgánicos" y "sociedad civil" y que vienen a ser el conjunto de formuladores y difusores de esos valores e ideologías por todo el tejido social. Gramsci tenía allí un punto muy fuerte: todo sistema económico requiere una ética que le corresponde. Si no, no podrá funcionar ni sostenerse. Y esa ética se difunde, no se impone.
No vamos a examinar aquí el tipo de vigencia que las ideas de Gramsci, que escribió en los 1920, pueden tener en el mundo y en la Venezuela de hoy. Se trataba de un hombre brillantísimo, pero cuyo pensamiento tenía encima una hipoteca pesadísima: el marxismo al que adscribía. Pero si alguien, un gramsciano, quisiera aplicar esos conceptos para evaluar las posibilidades de una ética socialista en un país como este, vería que la tiene cuesta arriba. Lo vería, con nada más contemplar la multitud de "intelectuales orgánicos" -casi toda la población misma, en realidad- que diariamente y por todos los rincones de la sociedad difunden los valores con los que funciona una sociedad capitalista del tipo venezolano. Para comprobar los efectos de ello, haga un sencillo experimento, frecuentemente mencionado: váyase un sábado a un centro comercial de cualquier parte del país.
He allí entonces una segunda dimensión del Frankenstein: el intento de construir una supuesta economía socialista en una sociedad sin ética socialista. Ética que, a juzgar por la experiencia histórica, no puede echar raíces en ninguna parte.
Ni socialismo ni capitalismo ni nada. Un débil Frankenstein criollo que da vueltas como un tonto sin saber a dónde va.
Diego Bautista Urbaneja
El Universal
dburbaneja@gmail.com
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