Sin himno nacional, lágrimas o despedidas dramáticas, al estilo 27 de mayo, el cierre definitivo de RCTV Internacional se consumó de un solo y abrupto golpe a la exacta medianoche de sábado para domingo. Un par de horas antes el inefable segundón del régimen, el hombre de los trabajos sucios, había dado la orden a las cableras, pero ya desde días antes la suerte estaba echada para los 1.500 trabajadores del más antiguo canal de TV venezolano.
Lo dijo con todas sus letras Marcel Granier ("no transmitiremos cadenas que carezcan de interés noticioso") en un gesto de coraje y desprendimiento imposible de negar en estos tiempos de obsecuencia y abyectos pragmatismos.
Se impusieron los principios. Desaparece una referencia vital de opinión pública y entretenimiento que logró repotenciarse en el cable para darle continuidad a unas líneas informativas y editoriales que continuaron minando la hegemonía comunicacional del Gobierno.
Por eso había que darle el puntillazo final, librarse de ese incordio de una vez por todas y hacerle sentir al país que ya poco importan la escasa popularidad del mandamás o las consecuencias de un nuevo asesinato mediático. Fue así como, conscientes de que RCTV no bajaría la cabeza, buscaron el pretexto en una fecha simbólica como el 23 de enero. En plena celebración de un insólito acto político, con gente pastoreada desde los más lejanos rincones del país, convocaron una minicadena de sólo unos minutos y luego, ya validos de la causa para justificar la decisión, (RCTV no se pegó a la señal), organizaron la ejecución bajo la forma de una rueda de prensa en la cual el segundón del régimen fungió, otra vez, como el pequeño verdugo de los medios. Poco después se consumaba, por interpuestos autores, en acción retardada pero fulminante la salida del aire que no dejó chance sino para dos póstumos comunicados.
Aún es muy temprano para medir las consecuencias de un hecho que pone en evidencia a un gobierno cada día más lejano de las prácticas democráticas y en desesperada búsqueda de la confrontación. Pero seguramente las habrá. De manera que muy posiblemente se repetirá la historia de 2007, el Gobierno lanza el anzuelo represivo, surge la protesta nacional, hay unas elecciones en ciernes y las pierde. Sólo que ahora está mucho más débil y golpeado por la crisis. Por eso esta vez no sólo habrá que ganar, sino imponer las consecuencias de la victoria.
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