La salida de Alberto Federico Ravell de la dirección de Globovisión era un deseo largamente anunciado en los muladares mediáticos del oficialismo. Nadie como ellos para saber hasta dónde el canal podía aguantar las monstruosas e ilegales presiones contra los accionistas de la única planta televisiva (después del cierre de la valiente RCTV) que no había cedido al chantaje oficial de aplicarle inmerecidas multas, cobrarle impuestos no debidos y amenazas, cumplidas en el caso de RCTV, de retirarle la señal abierta y luego sacarla de la TV por cable.
Globovisión aguantó estoicamente el robo de sus microondas, la negativa a extenderse nacionalmente, las multas millonarias, agresiones a sus periodistas y equipos, la rapiña oficial ejercida contra la empresa de vehículos propiedad del socio mayoritario (diez de los cuales fueron saqueados en el mismísimo estacionamiento del Cicpc) y más atrocidades. Otro socio fue encarcelado con la descabellada acusación de ser "autor intelectual" del asesinato del fiscal Danilo Anderson; despojado del contrato del Teleférico (luego de cuantiosas inversiones) y de varios hoteles que poseía en el oriente del país. Desde la cúpula del Poder (y de manera pública) se propiciaron corridas contra el banco del que es propietario, entidad cuya supervivencia sería la razón del chantaje oficial para que se modifique la línea editorial de Globovisión.
No hay forma de mantener oculto aquello que afecta a la sociedad. Sufrimos la autocensura de otros canales de TV y la salida de sus pantallas de figuras emblemáticas del periodismo crítico. Con angustia los televidentes de Globovisión vimos desaparecer imprevistamente al "Ciudadano" Leopoldo Castillo (aunque pudimos disfrutar de la aguerrida Nitu). Del inimitable "Usted lo vio por Globovisión" desapareció la agresiva y cada vez más violatoria jerga presidencial, y hace semanas que tampoco vemos "Aunque usted no lo crea", nicho donde el Gobierno mostraba la desnudez de sus inocultables contradicciones. ¿Qué está pasando con Globovisión? Las respuestas son múltiples, pero la más reiterada es que " el Gobierno le había prometido a uno de los accionistas salvar su banco si salía Ravell y edulcoraban su línea editorial". La historia resultó cierta, al menos en la salida obligada del director y accionista Ravell.
Resulta ingenuo, ¿o cobarde?, que con un régimen totalitario y un presidente marxista haya medios que se autocensuren creyendo que así pueden salvarse de la confiscación comunista. Esos empresarios deberían leer la aleccionadora carta que Miguel Ángel Quevedo, director de la revista cubana Bohemia, le enviase a un amigo, pocas horas antes de suicidarse:
"Sé que después de muerto llevarán sobre mi tumba montañas de inculpaciones (&). Culpables fuimos todos. Fidel no es más que el resultado del estallido de la demagogia y de la insensatez. Todos contribuimos a crearlo. Los periodistas que conocieron la hoja de Fidel, su participación en el Bogotazo comunista, el asesinato de Manolo Castro y su conducta gangsteril en la universidad, pedíamos una amnistía para él y sus cómplices, cuando se encontraba en prisión (&). Fue culpable el Congreso que aprobó la amnistía. Los comentaristas de radio y TV que lo colmaron de elogios. Bohemia no era más que un eco de aquella calle contaminada por el odio que aplaudió a Bohemia cuando inventó 'los 20 mil muertos' (&). Fueron culpables los millonarios que llenaron de dinero a Fidel para que derribara al régimen. Los miles de traidores que se vendieron al barbudo criminal (&). Todos fuimos culpables. Por acción o por omisión. Ojalá mi muerte sea fecunda. Para que la prensa no sea más un eco de la calle, sino un faro de orientación para esa propia calle. Para que los millonarios no den más sus dineros a quienes después los despojan de todo, para que los anunciantes no llenen de poderío con sus anuncios a publicaciones sembradoras de odio y de infamia, capaces de destruir hasta la integridad física y moral de una nación. Y para que el pueblo recapacite y repudie esos voceros de odio (&). Fuimos un pueblo cegado por el odio y todos éramos víctimas de esa ceguera. Este es mi último adiós (&), que mis compatriotas me perdonen todo el mal que he hecho".
Con Fidel en el poder, periódicos, revistas y emisoras de radio y TV fueron confiscados o clausurados y todas las libertades democráticas conculcadas. Bohemia es hoy un vocero más del gobierno comunista. Quevedo pudo salir de Cuba, pero arrepentido por su culpabilidad en el sostenimiento del régimen (y de haber atacado a los políticos democráticos), se suicidó en Caracas en agosto de 1969. Su carta es hoy una lección vigente sobre los ineludibles deberes democráticos de los medios y de los periodistas.
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