Mientras el Gobierno desarrolla una estrategia para recuperar el terreno perdido y comete errores que podrían ser capitalizados, la oposición permanece embebida en su proceso de acuerdos y de elecciones primarias, de espaldas a la más urgente realidad.
En el caso de la escalada contra la libertad de expresión (Noticiero Digital, Internet, Oswaldo Álvarez Paz, Wilmer Azuaje y Guillermo Zuloaga) es evidente que ahora, con la mayoría al otro lado de la acera, el mensaje de los medios críticos y sus voceros resulta mucho más poderoso que cuando el barril estaba a noventa dólares, el bálsamo se derramaba espléndido sobre las masas desde un gigantesco aparato clientelar y el presidente Hugo Chávez reinaba en las encuestas.
Ahora el país se hunde en la basura, los apagones nos trasladan al siglo XIX, los embalses están casi secos, las bienes comestibles son más caros y escasean, campea el crimen, la policía es la mafia principal, los vínculos con grupos considerados terroristas son inocultables y así, agobiado por toda clase de contratiempos insalvables, el Gobierno acude al expediente de la represión y el encarcelamiento sin el menor tapujo.
El objetivo es ganar un silencio imposible porque el estado de conciencia está suficientemente aguzado, no solo para percibir problemas que no se resuelven acallando a quienes los denuncian, sino para constatar la intencionada maniobra.
Si las cosas estuvieran al revés y la oposición fuera gobierno, ya habría sido sacrificada por un chavismo que va directo a la yugular. Pero ocurre lo contrario y la oposición sigue pelando ese boche.
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