Yo no soy la roca que golpea la ola, soy de carne y hueso" Así de melodramática fue su justificación para la trifulca verbal con su homólogo. Una culebra que terminó en el emblemático y publicitado "sea varón" ya mercadeado, por cierto, en franelas y calcomanías.
Y es que no se puede negar que el show es su ambiente natural, que si hubiese desarrollado ese talento profesionalmente no sólo nos hubiera ahorrado una década perdida, sino que a estas alturas, tal vez se pudiera estar codeando "de tú a tú" con estrellas como Javier Bardem, Penélope Cruz, Jennifer López, Andy García y otras luminarias de habla hispana triunfando en Hollywood. ¡Qué jugarreta del destino! ¡Tanto talento desperdiciado!
Y es que el actor frustrado tiene un amplio registro de estados emocionales. Toda una paleta colorida de manifestaciones que van desde la rabia más hiriente, el temor a la falta de afecto de su pueblo, el despecho por lo que cataloga como "traiciones de sus más allegados", hasta la alegría más hilarante que lo ha llevado a cantar en el Teresa Carreño o a disputarle el liderazgo al Potrillo Alejandro Fernández entonando rancheras a su llegada a Cancún.
Y es que el camino a veces "se tuerce" irónicamente. Si hubiese sido actor, quizás habría tenido la oportunidad de ser en sus diferentes interpretaciones héroe de guerra, estadista destacado, showman, Spiderman, Batman, Superman, Fidel, Mao, Bush, Clinton, Jack Sparrow, el Sombrerero Loco, obviamente Bolívar (de cajón), Napoleón, Hitler, Mussolini, Popeye, Stalin, Neil Armstrong (el primer hombre que pisó la Luna), ET, Rocky y, quién sabe, hasta algún "hombre fuerte" de algún país del norte de América del Sur que en diez años se ha convertido en una ruina luego de haber tenido un ingreso petrolero como nunca antes se había visto en la historia de esa nación. Ese líder carismático que proclamó una supuesta revolución en la que todos serían iguales, en la que imperaría una justicia imparcial y en la que la democracia "participativa y protagónica" sería ejemplo para todo el mundo. Un guión para el que creyó haber nacido pero que degeneró de una épica a una comedia de enredos para concluir en tragedia total para su pueblo. Al final, quizás para el público de la gran pantalla hubiese sido un gran divertimento, pero al salir de la sala oscura, las cotufas y el refresco, la realidad de la audiencia habría sido otra. La interpretación se habría quedado atrapada en celuloide y seguramente aplaudida por la gente. Él hubiese tenido lo que más le gusta: el aplauso de las masas y todos estaríamos a salvo. El melodrama sería sólo una ficción. Pero lamentablemente no fue así. La alfombra "roja rojita" nunca será pisada por ese talento, pero su bota sí oprimirá a todo un pueblo.
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