28 julio 2010

No pasarán... . agachados

La repetición mecánica de ciertos ardides, que por archisabidos no dejan de surtir efecto, es propia de los mandantes empeñados en dilatar, ad infinitum, su permanencia en el poder. Paradójicamente y cuando ya uno de ellos, muy cercano a nuestros afanes, no sabía que inventar para voltear la tortilla electoral, apareció su peor enemigo y le sirvió, en bandeja de plata, el recalentado plato del nacionalismo ramplón y belicista para subirle la temperatura a un electorado frío, desengañado e indiferente.

De nuevo vamos a la guerra y la farsa de ahora es copia fiel y exacta de episodios anteriores. El comandante supremo arenga a las tropas, que son todo el país, ladra amenazas a diestra y siniestra contra los apátridas cipayos de la oligarquía vecina y del infame imperialismo norteamericano que, esta vez, "no van a pasar agachados", mientras en televisión aparece el alto mando militar con un mensaje comprensible sólo en los lugares comunes de ciega sumisión al jefe y en el rostro amarrado de unos generales que lucen como algo gordinflones para la dura faena que les espera en el campo de batalla.

El final, ya lo sabemos, resulta tragicómico: a duras penas los tanques llegan a la frontera montados sobre gandolas (como ocurrió en el 2008) y la grandiosa gesta en defensa de nuestra dignidad nacional (en este caso la estratagema para tapar el asunto de fondo, que es la complicidad con grupos armados que secuestran, extorsionan y asesinan a los venezolanos), anunciada con tono de apocalíptica inminencia, termina, para bien de todos, en una guerra de opereta.

Ya veremos si en esta oportunidad intenta ir más allá con el objetivo de impedir una elecciones cuyos resultados se le anuncian adversos, pero resulta difícil pensar que los convocados a las trincheras acudan con entusiasmo a un llamado para dejarse matar por unos vecinos que no están interesados en hacerlo. Sobre todo si se les insta a combatir en defensa de unos quiméricos intereses nacionales detrás de los cuales se pretende ocultar la terca obsesión de permanecer fiel a un movimiento que, por derrotado en su propio país, hace y deshace en el nuestro, donde encuentra impunidad y complicidad por parte de un Estado, un Gobierno y unas Fuerzas Armadas cuyo deber es combatirlo y derrotarlo.

Así que aquí nadie pasará agachado y mucho menos caerá en la trampa de reivindicar un falso nacionalismo cuyo supuesto adalid pretende colgar, en la camisa de quien reclama la defensa de la soberanía, pisoteada a diario por grupos extranjeros alzados en armas, el estigma de traidor a la patria, condición sobre la cual se debería meditar con un poco más de detenimiento porque a veces se incurre en atribuir a los demás los males que se padecen en carne propia.


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