Hay envidias de envidias, unas no muy sanas, oscuras, malucas y que conllevan una cantidad de sentimientos "nada santos", y hay otro tipo de deseos que no son prohibidos sino más bien de admiración y ganas de lograr algo así tanto para ti como para la gente que vive contigo (llámese familia, amigos o todo un país). Esa aspiración es la que todos tenemos con Chile, un país que recientemente ha sufrido los embates de un terrible terremoto y que luego fue el epicentro de la angustia mundial con un caso que conmovió a la orbe entera y que, ¡Gracias a Dios!, tuvo un final feliz. Sin embargo, tales eventos lejos de provocar un sinfín de dimes y diretes de "esto es culpa de" o "tú no hiciste tal", seguido (como en otras latitudes mucho más cercanas) de una cadena de insultos y amenazas, evidenció los deseos de una nación de mostrarse unida y llena de esperanza. Y en esta última frase nos detenemos. El hablar de esperanza y de unidad no es gratuito. Tal vez sea el producto de una sociedad que ha madurado a consecuencia de mucho sufrimiento y que cuando todo parecía más oscuro en cuanto a las violaciones a los derechos humanos, se unió con el fin de sacar a un dictador y lo logró por los votos, no olvidando la justicia eso sí, pero dándole un chance a voltear la página de la Historia y procurar para todos un futuro de prosperidad.
El caso de los mineros chilenos más allá del gesto heroico, del valor y la fortaleza de esos 33 seres humanos nos habla de un trabajo en equipo y mancomunado de todos quienes aportaron lo mejor de sí para que el rescate fuera exitoso. Comenzando desde el líder mayor de ese país: su Presidente. Allí surge también un pensamiento de "¡ah Malaya quien pudiera!" o, mejor dicho: "¡quien tuviera!". El señor Piñera demostró respeto, afecto y básicamente mucha humanidad con todo lo que estaba sucediendo y su primer gesto al concluir el rescate no pudo ser más elocuente: agradecer a Dios, a los propios mineros, a los rescatistas y al pueblo chileno de quien dijo sentirse honrado y orgulloso al ser su servidor público. En ningún momento se escuchó el uso del "YO" que tanto se usa por estos lares. Esa primera persona cargada de ego y de negación al otro que tanto daño nos está causando.
Lo único que se puede decir a manera de premio de consolación, es que a punta de tanto sufrimiento que estamos viviendo como sociedad tal vez estemos tomando conciencia de la necesidad de la UNIÓN para lograr objetivos comunes. El 26S tal vez fue el primer paso, pero esta historia aún es que le quedan capítulos porque ante el empeño que algunos tienen en que se imponga el odio como sentimiento nacional, el deber es tratar de generar una suerte de "círculos virtuosos" que destierren los egos, potencien la unión y, finalmente, rescaten la esperanza.
El caso de los mineros chilenos más allá del gesto heroico, del valor y la fortaleza de esos 33 seres humanos nos habla de un trabajo en equipo y mancomunado de todos quienes aportaron lo mejor de sí para que el rescate fuera exitoso. Comenzando desde el líder mayor de ese país: su Presidente. Allí surge también un pensamiento de "¡ah Malaya quien pudiera!" o, mejor dicho: "¡quien tuviera!". El señor Piñera demostró respeto, afecto y básicamente mucha humanidad con todo lo que estaba sucediendo y su primer gesto al concluir el rescate no pudo ser más elocuente: agradecer a Dios, a los propios mineros, a los rescatistas y al pueblo chileno de quien dijo sentirse honrado y orgulloso al ser su servidor público. En ningún momento se escuchó el uso del "YO" que tanto se usa por estos lares. Esa primera persona cargada de ego y de negación al otro que tanto daño nos está causando.
Lo único que se puede decir a manera de premio de consolación, es que a punta de tanto sufrimiento que estamos viviendo como sociedad tal vez estemos tomando conciencia de la necesidad de la UNIÓN para lograr objetivos comunes. El 26S tal vez fue el primer paso, pero esta historia aún es que le quedan capítulos porque ante el empeño que algunos tienen en que se imponga el odio como sentimiento nacional, el deber es tratar de generar una suerte de "círculos virtuosos" que destierren los egos, potencien la unión y, finalmente, rescaten la esperanza.
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