Este 30 de agosto de 2013, se cumplieron 3 años de  de la muerte de 
Franklin Brito, productor agrario que murió bajo una huelga de hambre en
 protesta por sus 24 hectáreas que fueron arrebatadas por el ejecutivo 
nacional.
Tanto la Fiscalía como el TSJ negaron oportunidad de aclarar cómo ocurrió la muerte de este cuidado del Estado.
Brito realizó en vida 7 huelgas de hambre, todas ellas con ninguna 
respuesta por parte del estado, hasta su última que le llevó a la muerte
 para defender su patrimonio del que actualmente aún no tienen respuesta
 ni su viuda ni sus hijos.
Elena Brito, su esposa, insiste en que “Franklin no era ningún 
suicida, él no quería morir. Siempre dijo que iba dejar en manos del 
Estado la decisión de seguir o no con vida y el Estado decidió que 
muriera para callarle la boca”.
El desequilibrio
“Inhabilitado desde el punto de vista médico y con una disminución de
 su capacidad mental” diagnosticó la Fiscalía General de la República a 
Franklin Brito. La orden fue internarlo en el Hospital Militar.
Se declaró “secuestrado”. El traslado fue en contra de su voluntad. 
No lo podían visitar ni sacerdotes ni abogados. Sus días se extinguían 
en un cubículo que servía de depósito al servicio de terapia intensiva. 
Quedaba al lado del aire acondicionado. Las vibraciones del aparato no 
lo dejaban dormir. La temperatura de su espacio era menor a ocho grados 
centígrados.
La situación se convirtió en una tortura. Su esposa, Elena Rodríguez 
de Brito e hijas, Ángela y Francia, clamaban soluciones. La Comisión 
Interamericana de Derechos Humanos respondió a la peticiones e instó al 
Gobierno a facilitar “el acceso, tratamiento y monitoreo por un médico 
de  confianza al paciente”.
Pero la demora del Inti en reconocerlo como propietario ocasionó la 
radicalización de la protesta a cuatro meses sin noticias. Suspendió la 
hidratación. Era el 5 de mayo de 2010. Sus riñones no soportaron. La 
medida lo condujo a un coma inducido. Tres meses después, el 30 de 
agosto, dejó de respirar.
Pasó de ser carne para “convertirse en símbolo y bandera para todos 
los atropellados por la soberbia del poder, para los ofendidos por la 
prepotencia de los gobernantes, para los que creen que la verdad y la 
justicia están siempre por encima de circunstancias y conveniencias”, 
señaló su familia en un comunicado.
Defender su patrimonio le costó la vida. Se fue insatisfecho a pesar 
de que insistía en que su “lucha no era contra Chávez sino para hacer 
valer los derechos”. Descansa en Río Caribe, en el estado Sucre pero su 
hija, Francia, heredó la batalla. Ya no lo llora, ahora va a “guerrear 
por él lo que sea necesario”. El próximo 5 de septiembre cumpliría 52 
años.
Vía La Patilla
 

 
 
 
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