Éste, y no otro, es el "tumbao" de Chávez. Quiere rasparse a todos -cualquiera que sea el significado que quiera dársele a tan edificante expresión-. Se propone masticar a los gobernadores y a los alcaldes, a los de Podemos y a los de PPT, a la oposición (la radical, la menos radical, la "light", la cariñosa y la colaboracionista), a los presidentes de México, de Perú, y de Costa Rica, a Insulza, y, para el postre, a George W. Bush. Encima de todo, quiere que se lo agradezcan, por el privilegio de ser masticado dentro de tan egregios mofletes.
Chávez ha desarrollado siempre la misma estrategia y ése es su "tumbao". Ha confesado que le gusta la guerra, que no es otra cosa que afirmar que le gusta tener enemigos, en vez de adversarios, para aniquilarlos. En algún momento también ha desembuchado que lo de él es un blitzkrieg, la táctica alemana de la guerra relámpago, capaz de impedir la defensa por parte del enemigo. También se le escapó en una oportunidad que cuando tiene alguna duda en lo que va a hacer, en vez de reflexionar sobre el asunto, marcha hacia adelante como el elefante. Versión revolucionaria de aquel apotegma según el cual hay que disparar primero y averiguar después.
El Avance de los Tanques. No debe creerse que lo que hace el caudillo es un ataque, en este caso severo, de locura. El intento de avance total, bajo la consigna de no dejar piedra sobre piedra, es una estrategia global, por más que altos funcionarios comenten en los pasillos que el hombre se volvió loco. El Gobierno, como tal, junto a las oficinas subalternas auxiliares que llevan los pomposos nombres de Asamblea Nacional, Tribunal Supremo, Poder Ciudadano y CNE, está en el predicamento de tierra arrasada.
La lógica es simple: con las cuentas del Gran Capitán, Chávez logró que el CNE le certificara una votación de 63%. No por fraudulenta la cifra deja de funcionar, dado el reconocimiento otorgado por los visitantes extranjeros y por la dirección opositora. Siendo así, ése el momento en el cual Chávez concentra mayor poder y mayor legitimidad formal. En 1999 tenía una alta legitimidad, pero un escaso poder real. De 2002 a 2005 logró conquistar mucho poder, pero su legitimidad era menguada, entre otras razones porque la oposición en sus más importantes expresiones estaba confrontada radicalmente al régimen. En diciembre de 2006, los dos factores se juntaron para darle un inmenso poder a Chávez, sin precedentes en la historia contemporánea de Venezuela ni en América Latina como método para lograr una dictadura "constitucional".
A partir de esa visión, los bolivarianos se han lanzado a una operación de gran envergadura: el control de la sociedad; y como este narrador ha señalado, además del Estado, que ya el neoimperio suramericano tiene a los pies, se propone dominar al ciudadano.
Los dos elementos esenciales desde el punto de vista jurídico-institucional son la Ley Habilitante y la reforma constitucional; en el terreno político, el brazo de masas, formado por los consejos comunales, como mecanismos de organización y control de la ciudadanía; en el militar, la redefinición de la Fuerza Armada Nacional (FAN) como instrumento armado del chavismo; además de la marcha contra los medios de comunicación y la toma del control de la educación.
El resultado de toda esta efervescencia es un Estado inmenso, creciente y con afinados instrumentos de control ciudadano; en el pináculo de toda esta genealogía se encuentra Él, el Sublime Hacedor bolivariano.
La Nueva Oligarquía. Sin embargo, esta marcha hacia la gloria imperial tiene obstáculos peligrosos. El fundamental de los cuales es la descomposición del frente interno, a pasos colosales. Chávez está en plan de exigir definiciones ideológicas que pocos de sus servidores, aliados y socios, están en capacidad de cumplir. Fuera de Jorge Giordani, José Khan, Adán Chávez, William Izarra, y algunos otros de vieja militancia izquierdista, sus compañeros, especialmente los militares, no tienen idea de qué es el socialismo ni sus implicaciones. Cabe imaginarse a los empresarios oficiales, como Perucho Torres Ciliberto, viejo compañero de escuela de este narrador, o Miguel Pérez Abad, o, incluso, Arné Chacón, como promotores del socialismo que los arruinará.
El caso, es que en esta revolución se ha producido una nueva oligarquía del poder y del dinero, integrada por los altos funcionarios de la burocracia pública, los militares enriquecidos y con crecido patrimonio, y los empresarios del proceso. Esta oligarquía no comulga con el socialismo del siglo XXI, aunque algunos de sus más notables papanatas insistan en darle un rostro interesado y risueño, tratando de identificar tal socialismo con el simple, común y difundido deseo de justicia social.
La definición ideológica exigida por Chávez no es compartida, en muchos casos por ignorancia en cuanto a sus implicaciones, y, en otros casos, por intereses de los enriquecidos con plusvalía bolivariana. Con la paradoja adicional de que quienes entienden de revolución, como los miembros de la dirección del PCV y dirigentes de otros partidos de tradición izquierdista, saben que esta revolución -al menos hasta ahora- aunque su líder y otros tengan propósitos comunistas, no es más que una desnuda marcha hacia la autocracia totalitaria del engreído teniente coronel. No sólo hay problemas ideológicos y políticos; sino otros tan serios como éstos. La marcha contra los medios de comunicación, el pujo por el control y regimentación detallada de la economía, la liquidación de la descentralización, la destrucción forzada de los partidos propios y ajenos, el variado descontento popular, han hecho que el empuje de Chávez esté acompañado de un desajuste total en su propia maquinaria partidista, estatal, militar y económica. La excesiva velocidad, dictada por la necesidad de aprovechar ahora el poder que tiene, no toma demasiado en cuenta que, de seguir así, puede llegar rápido a donde quiere; pero una curvita mal tomada lo puede mandar directo al abismo.
El Ánimo Social. Quien esto narra no tiene a la mano mediciones sobre el estado de ánimo de la sociedad. La conversación informal, lo que se aprecia en los medios de comunicación, y lo que se entrevé en el espíritu ciudadano, es que, sin duda, existe la convicción de que el avance del régimen es en serio y que lo del comunismo, aunque esté presidido por la ignorancia, es un deseo real. Tales pasos y anuncios crean abatimiento. Sin embargo, hay otra dimensión. No hay dejadez sino comprensión del carácter del régimen. Hoy se sabe que la resistencia moral, desengancharse de las formas rutinarias de lucha, y prepararse espiritualmente para nuevas oportunidades, constituyen el primer paso para la resistencia popular contra un régimen totalitario.
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