La crisis de desbastecimiento provocada por el control de precios se pretende remediar con el establecimiento de subsidios para algunos rubros alimenticios, tal y como en su momento lo hubieran hecho el Pérez de los 70 o el Lusinchi de los 80. Mientras, el fantasma de la inflación se insinúa con nitidez cada vez mayor, como ocurrió durante los gobiernos de Luis Herrera y el segundo de Caldera, pese a un control de cambios que sepulta cualquier intento por diversificar la economía y hacerla competititva en los mercados internacionales.
La diferencia, sin embargo, es grande porque todas las crisis económicas del pasado se produjeron a causa de la baja de los precios del petróleo, la fuga de capitales y el peso agobiante de la deuda externa,mientras que ahora la ninguna de esas variables pesa con fuerza sobre la economía.
Todo lo contrario, la botija está llena y tenemos hasta para regalar, por lo que solamente la supina incapacidad del equipo económico gubernamental puede explicar una crisis en ciernes en medio de tal abundancia.
Esa incapacidad se refleja en incoherencias como el estímulo a un supuesto desarrollo endógeno forzando a la banca para que amplíe su cartera crediticia hacia los productores del campo, mientras que por otro lado se desbarata la iniciativa con una política de importaciones masivas, de control de precios, amén de la inseguridad jurídica y física (expropiaciones, invasiones, secuestros) que liquidan cualquier intento por aumentar la producción, mejorar la calidad, optimizar los costos y garantizar no sólo el autoabastecimiento sino unos excedentes que se comercialicen fuera del país.
De manera que los créditos se destinan a fines distintos a los previstos o se pierden en experimentos de "propiedad social", como los denominados saraos, los fundos zamoranos o centrales azucareros estatales, barriles sin fondo que se se han tragado miles de millones de bolívares en ensayos delirantes que sólo sirven para enriquecer a unos cuantos corruptos. El resultado es la ruina de la producción agropecuaria y la necesidad de mantener las importaciones para garantizar la cacareada soberanía alimentaria.
La otra diferencia es que antes los gobiernos rectificaron y emprendieron medidas de ajuste para superar las crisis y sincerar la economía. Ahora no se vislumbra nada de eso. Todo lo contrario. El gobierno se hunde cada vez más en el puntofijismo salvaje. Y esto será así hasta el día en que el petróleo ya no alcance.
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