Cinco años después de los sucesos de la avenida Baralt y Puente Llaguno, que causaron 18 muertos y 69 heridos, sólo hay once presos sin sentencia y con el juicio más largo del proceso: 114 audiencias, 126 testigos, 44 expertos y 256 experticias. En el medio, recursos de amparo, denuncias por irregularidades procesales, acuerdos incumplidos, denuncias ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos y erradicación de Caracas a Maracay. Paralelamente, un proceso judicial contra los imputados del oficialismo, aquellos que dispararon desde Puente Llaguno cuyo juicio duró pocos meses y quienes finalmente fueron absueltos por el Tribunal Supremo de Justicia.
El subcomisario Marco Hurtado, el inspector jefe Héctor Robain, el sargento primero Julio Rodríguez, el sargento segundo Rafael Neazoa, el cabo primero Arube Pérez, el cabo segundo Ramón Zapata, el distinguido Luis Molina y el agente Erasmo Bolívar son los policías metropolitanos presos desde hace cuatro años. Los comisarios Iván Simonovis, Lázaro Forero y Henry Vivas cuentan dos años y medio privados de libertad. Hasta los momentos, ningún elemento los acusa contundentemente ni demuestra su culpabilidad. Sus abogados incluso insisten en señalar que las pruebas de balística más bien los exculpan: la trayectoria de las balas indica que llegaron por otro lado.
Los once siguen juicio juntos. Las audiencias son martes, miércoles y jueves en Maracay, para lo cual son trasladados desde Caracas en cada ocasión. La parte acusadora es el Ministerio Público, representado por la fiscal Haifa El Assaim. La jueza es Marjorie Calderón. Un juicio largo que no sólo agota a los implicados, sino a sus familiares.
Katherin tiene cinco años y un papá al que puede ver, seis de los siete días de la semana, sólo en un portarretrato. Él, Luis Molina, está preso desde hace cuatro años: casi toda la vida de su hija. Ella lo considera un héroe y entre sus juegos favoritos está repasar las fotos donde aparece Molina e identificar a los que están con él: "éste es papi, éste es Julio, éste es Zapata, éste es...". Esa es la foto de una de las audiencias.
Las ausencias forzadas se intentan suavizar con fotos. Es la constante. Y es lo que invade la vista al entrar al hogar de los detenidos por el 11 de abril. Otros elementos también son comunes: las preocupaciones de las esposas sobre las condiciones en que se encuentran en prisión, la convicción de que están detenidos injustamente y los domingos, que son de visita carcelaria.
"En la Disip no ven el sol", dice María del Pilar (Bony) Pertínez de Simonovis. "En Catia es pura luz artificial", describe Laura Pérez de Molina. "Su salud se está deteriorando", alarma María del Pilar. "Ha perdido un montón de kilos", asegura Laura. "Nosotros somos sus pies, sus manos, sus ojos... dependen de nosotros para comer, para su ropa", cuenta María del Pilar. "Luis depende totalmente de mí", afirma Laura. "Estoy segura que en seis meses estará en libertad porque nada lo incrimina; Iván no entregó armas ni giró instrucciones. Su cargo en la PM era administrativo", confía María del Pilar. "Yo pongo la mano al fuego por mi esposo, él no mató a nadie", expresa Laura. Preocupaciones similares, vacíos idénticos, dos testimonios sobre cómo es la vida afuera de las rejas, cuando una parte del hogar está en prisión.
Para María del Pilar Simonovis es una suerte ser abogada. El título, dice, le ha permitido a ella y a Yajaira de Forero, esposa del comisario Lázaro Forero, formar parte de la defensa y, así, acompañarlos y asistirlos durante las difíciles audiencias.
Ocurren tres veces por semana en los tribunales de Aragua. Los trasladan desde Caracas y, aunque suelen durar todo el día, no les proveen de alimentos hasta que regresan al penal. Varias veces han violado las normas de derechos humanos, dejándolos esposados más tiempo de lo debido y, cuando no retornan a la capital, introduciéndolos en jaulas improvisadas en la Comandancia Regional. "Esas condiciones de reclusión eran infrahumanas. La defensa protestó. Y advertimos que, si vuelve a ocurrir, vamos a denunciar el hecho ante la Corte Interamericana", advierte María del Pilar Pertínez.
El de Iván Simonovis es un árbol genealógico de abolengo policial. Su abuelo, Honorio Aranguren, fue fundador de la PTJ. Su padre, César Simonovis, funcionario de larga data del mismo cuerpo. Iván llegó a cumplir 23 años como policía en la PTJ y en el grupo BAE. Lo último que hizo fue ejercer, hasta 2002, como comisario de Seguridad Ciudadana -en comisión de servicio- de la recién creada Alcaldía Mayor
"Iván no conocía a Alfredo Peña cuando lo llamaron para el cargo. Lo convocaron porque Iván se había formado en seguridad para grandes ciudades", asegura. Simonovis renunció a la policía después de los sucesos del 11 de abril y el pago de sus prestaciones demoró cuatro años. Aún está pendiente la jubilación que le corresponde por años de servicio.
Simonovis fue detenido en la sala de espera del aeropuerto marabino de La Chinita, en un turbio proceso con limbo incluido. "Estuvo diez horas desaparecido. Supuestamente, y eso lo supimos después, la avioneta en la que lo trasladaban sufrió un desperfecto y se detuvo todo ese tiempo en Barquisimeto. Después apareció un expediente de 30 páginas y un oficio de detención que, decían, habían mandado tres días antes al aeropuerto pero que no aparecía registrado en ninguno de los diarios que se llevan", dice María del Pilar.
Por amenazas recibidas, persecuciones y atentados, María del Pilar de Simonovis ha merecido medida de protección, que cumple un funcionario de la Policía de Chacao. Lo más traumático fue el atentado nocturno con una bomba molotov que causó un incendio y mucho miedo. Los Simonovis tienen dos hijos, un varón de 14 y una niña de diez. A María del Pilar le preocupa particularmente el mayor: "Él se ha hecho adolescente sin su padre y de la noche a la mañana se convirtió en mi asistente, en mi acompañante, en mi compañero". Los dos la acompañan cada domingo a la visita. "Hoy son más humanas, podemos pasar varias horas juntos en una sala común con los demás presos y sus familias, los niños juegan entre ellos, la comida se comparte. Pero al principio fue muy difícil. Debíamos subir, a pie, una cuesta empinadísima cargados de cosas. Los niños a veces vomitaban por el esfuerzo. Luego, esperábamos tres y cuatro horas bajo el sol y apenas podíamos verlo 20 minutos".
Su apoyo incondicional ha sido su familia, en especial su madre y sus hermanos. Y lo que se topa en la calle: "A veces voy con mis hijos y gente que no conocemos nos detienen, les dicen que su papá es un héroe, nos regalan estampitas religiosas. También nos ha ocurrido lo contrario y nos han agredido verbalmente, pero ha sido la minoría de las veces. Para mí, lo primordial ahora es enseñarles tolerancia a mis hijos y por eso Iván y yo hemos aceptado ser padrinos de un niño que es hijo de un preso oficialista que está en la Disip".
En las audiencias, el grupo de familiares que puede asistir se apoya mutuamente: María del Pilar, Yajaira de Forero y Alicia y Nubia, hermanas de Henry Vivas.
Y dos más que, aunque carecen de vínculo sanguíneo, han estado presentes durante el centenar de audiencias y siempre llevando desayuno y almuerzo para los once presos: las señoras Altamira y Conchita, vecinas de Maracay.
Laura no deja que pase ni un domingo sin llevar a Katherin a visitar a su papá, detenido en Catia. "No puedo faltar ni una semana. Ella es la luz de sus ojos". Juntos, Laura y Luis discuten cómo criarla, qué respuestas darle a las tantas preguntas que surgen a los cinco años.
"Para nosotras, las esposas de los agentes detenidos, ha sido muy duro, especialmente en los últimos seis meses, cuando nos suspendieron el sueldo. Gracias a Dios yo tengo trabajo y lo cuido muchísimo, por eso no puedo ir a las audiencias. Pero estoy sola y eso ha sido muy difícil. Me he tenido que convertir en doctora, psicóloga, maestra, abogada para ayudar a mi esposo y a mi hija".
Algunas cosas son más difíciles. Y la más ardua tiene que ver con la pequeña, que sufre de encefalocele que, en su caso, es una pequeña deformación ósea cerebral y superficial. Se arregla con cirugía. Pero ella le ha dado largas a la operación: "Siento que no puedo hacerlo sola. Me hace falta Luis para eso".
Su gran apoyo ha sido su padre, Gonzalo Pérez, quien vive con ella en un edificio ubicado en Guatire que fue construido para agentes de la Metropolitana. Todos los domingos se carga al hombro bolsas de ropa y maletas y se va a hacer cola en Catia para la visita a su yerno. Así le ahorra trabajo a su hija y a la pequeña nieta. También lo hizo en los momentos difíciles, cuando la espera comenzaba a las cinco de la madrugada y culminaba a media tarde. Él recibió sol, sereno y lluvia guardándoles el puesto a Laura y Katherin.
Las dos, Laura y María del Pilar comparten esperanzas. Y las dos, cuando miran al futuro, se contemplan acompañadas y haciendo vida en Venezuela. María del Pilar piensa que en seis meses acabará esta pesadilla porque, a su decir, no hay manera de imputar a su esposo. Tampoco huirá porque "será absuelto". Y no se imagina viviendo en otro país.
Laura, por su parte, es categórica en algo: "Luis no volverá a ser policía. Es como dice mi esposo, ya no vale la pena ser funcionario porque la autoridad se perdió. Cualquier cosa se hace. Nosotros estamos juntos y tenemos una hija por la que luchar".
Son historias fuera de las rejas que tienen que ver con lo que está detrás de ellas. Son vínculos transparentes de lealtad.
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