Uno de los lugares comunes más gastados de los últimos tiempos consiste en acusar a Chávez de botarate, de despilfarrador del tesoro de todos los venezolanos en actividades tanto política como económicamente improductivas.
Y es cierto, los lugares comunes suelen encerrar grandes verdades, sólo que casi siempre se trata de verdades simplonas y superficiales que por no colocarse en el punto de vista del otro, nos ofrecen un enfoque parcial.
Que Chávez invierta ingentes cantidades en financiar el clientelismo a través de la apariencia de las misiones, al punto que en el mercado de trabajo la demanda supere a la oferta, no debe entenderse sólo como un golpe a la actividad productiva privada, o como exacerbación de la flojera, sino como una forma de crear los batallones civiles que, convenientemente adoctrinados, conformen la retaguardia "consciente" y lista para el combate.
Si el Presidente permanece en las pantallas de los televisores tres o cuatro horas por día machacando la prédica del altruismo, el desprendimiento y la generosidad del hombre nuevo socialista, él sabe que con la terquedad, la persistencia y la chequera, poco a poco desterrará la genética del egoísmo y el afán de lucro del hombre viejo capitalista. Y si amenaza con estatizar las clínicas privadas, objetivo de mediano plazo, no será para llevar salud a las mayorías, castigar a quienes lucran con el sufrimiento de los pobres o para convertir lo único que funciona en infernales hospitales públicos, porque eso viene por añadidura, sino para afianzar el dominio sobre una actividad todavía fuera de su alcance. Lo mismo ocurre con la agricultura, la ganadería, el comercio, las comunicaciones y los medios, donde la fase destructiva (invasiones, controles, regulaciones, intervenciones, nacionalizaciones y confiscaciones) supera, con creces, los ensayos por crear "nuevas" (en realidad viejas y fracasadas) formas de disponer los medios de producción que, al final, terminan en manos del Estado y de quien lo controla.
Tan antigua es la fórmula que ya sabemos cómo terminaron los regímenes que aquí se pretende emular con tan poca originalidad que el lema de "socialismo o muerte", como todo lo que nos quieren vender bajo la forma del último grito de la moda política, es mercancía vencida, podrida y echada a la basura por los pueblos.
Entonces el lugar común aquí también es cierto y por eso los soviéticos producían en sus huertos domésticos el 20% de un total de alimentos que sovjoses y koljoses no podían ofrecer. Grandes, fofos, brutales y apopléjicos, los estados socialistas desaparecen, tarde o temprano, comiéndose los hígados y haciendo infeliz a la gente. ¿Por qué habría de ser éste la excepción?
El Universal
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