10 abril 2007

La oposición duerme

Nadie puede negar el fracaso de una oposición que luego de ocho años no ha podido levantar cabeza más por su errático accionar, su cortedad de miras y su incompresión a la hora de descifrar el rompecabezas político, por aciertos o virtudes del adversario, que tampoco han faltado.

Y no se trata de un conglomerado, digamos, incluso, de un electorado, en general fiel hasta la abnegación, sino de una dirigencia que ni en la concepción de la estrategia, ni en los momentos críticos, ha dado pie con bola. Pese a un capital político que se conserva impermeable a la catástrofe sistemática sin moverse apenas de sus posiciones, la dirigencia ha permitido, no la consolidación de un régimen incapaz, hasta ahora, de convertirse en definitivo, pero sí el avance de un proceso de concentración de poder.

Así, los valladares que los sistemas democráticos se dan para controlar los desbalances de poder han venido desapareciendo, mientras que los denominados poderes fácticos o ya se extinguieron o están siendo progresivamente neutralizados. Y ni hablar de los partidos.

La última decepción está a la vista y tiene varios nombres con sus respectivos apellidos. Uno de ellos es Rosales y los otros, para no alargar la lista, se llaman Primero Juasticia y Un Nuevo tiempo, que pese a los alentadores resultados del 4 de diciembre se quedaron congelados en la inacción y el solaz de las vacaciones, mientras Chávez apenas si se daba un respiro en sus planes para el dominio total.

Era de suponer que esta oposición así llamada democrática se lanzaría, apoyada en la plataforma electoral de más de cuatro millones de votos, en un trabajo organziativo y de agitación capaz de frenar la ofensiva continuista del chavismo y convertirse en una potente opción. Pero eso no ocurrió ni por asomo y si se están preparando para actuar ahora, o después, han demostrado su carencia del tempo, es decir, su sentido de la oportunidad y no digamos de la facultad, no de reaccionar en el momento preciso, sino de robarle la iniciativa al contrario.

Y ahí tenemos a Chávez, dueño del terreno, sobrado, haciendo lo que le da la gana con la Asamblea Nacional y el TSJ, marchando a paso de vencedores hacia la reelección indefinida, sin que nadie, o casi nadie, levante un dedo para impedirlo. Esto, no obstante que la mayoría de los venezolanos, es decir, buena parte del chavismo incluido, rechaza la presidencia perpetua.

Son muy pocas las veces que Chávez ha tenido la mayoría en contra. Cuando eso sucedió no fueron aprovechadas debidamente. Ahora la historia se repite y la estamos viendo alejarse como quien ve pasar las nubes, sumidos en el sopor de los derrotados.



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