Confieso que escucharlos hablar se me ha convertido en la mejor y mayor fuente de optimismo que pueda concebirse. Cada asamblea en la que expresan sus análisis, sus planes, sus frustraciones, sus visiones, sus sueños, es un ejercicio de futuro. Y creo que no soy la única¿
Esas reuniones comenzaron siendo un encuentro de los más comprometidos, pero para desgracia de quienes le apuestan a su desmovilización, día tras día se suman más muchachos, con más energías, más ideas, más convicción y más conciencia del rol histórico que están jugando.
Como quien se asoma a la ventana de lo posible, me agazapo en la esquina de un cafetín que ya se hizo chiquito para tantas ganas y los escucho hablar de esta fiebre de primavera, de cómo quieren cambiar las cosas, de ese deseo de lograr un país sin discriminación, de lo que significa estar en una patria sin futuro, de cómo no lo van a permitir, de los riesgos que no les importa correr. Y es que cuando se tienen veinte años, no hay posibilidad de vivir sin libertad. Es el concepto máximo, el leitmotiv, el aire que respiras, el agua en la que te sumerges y nadas hacia ese horizonte que tú y sólo tú quieres construir. Si las imposiciones de tus padres te fastidian, imagínense las de un Estado que se cree dueño hasta de tus pensamientos. Son la generación límite. Como le escuche a un alumno en días pasados: "somos los últimos que conoceremos algo distinto al totalitarismo". Son la última barrera. El muro de contención. Su objetivo no es el de tumbar un gobierno, sino el de activar a toda una colectividad para que asuma de una buena vez el "paquete" en el que estamos metidos y, entre todos, frenar la escalada.
El Gobierno intenta aplicar la "misión debate" para meter en el congelador las ganas de calle y de pueblo que tienen los muchachos. Quieren llegar a todas partes, a todas las plazas, a todas las avenidas hasta ahora parceladas por colores. Quieren encontrarse con un pueblo del que también son parte y aprender como venezolanos que somos todos, cómo construir ese futuro.
¡Qué paradoja!, mientras el caudillo se va a escuchar los consejos de un dinosaurio sobre cómo disolver ese dolorón de cabeza de unos veinteañeros tremendos que les dio por ver más allá de una revolución que les niega el paso, los chicos debaten sobre el país que sueñan y cómo lograrlo en esos ejercicios libertarios de las asambleas universitarias.
Es por eso que allí, en esa esquina, mientras los escucho, me lleno "de tanto hoy" que veo el mañana a través de sus ojos, que por cierto, se ponen grandotes de emoción cada vez que mencionan con orgullo el nombre de Venezuela.
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