Aunque forma parte de la naturaleza, aunque protagonizó parte impostergable de la tranquila vida de nuestros abuelos y demás antecesores, la noche, bendecida por estrellas o arropada por nubarrones, suele sernos ajena a quienes en la ciudad, o en el más lejano y recóndito poblado, hoy por hoy tenemos rutinas diarias que culminan cuando lo deseamos, y no cuando el sol decide sistemática e inconsultamente ir a descansar.
Para muchos entonces la noche se adueñó de algunas horas. Sí, la noche siempre llega cuando el día respetuoso cede el paso, pero por alguna razón lo olvidamos, al menos no la reconocemos realmente; y cuando de verdad nos visita, no estamos preparados para atenderle, para hacerle frente.
Lámparas de gas, velas, velitas y velones, linternas, sistemas de emergencia de activación automática, fuentes privadas de energía eléctrica, podrían facilitarnos la experiencia de atender al apagón que visita sin anunciarse. Pero pocas veces estamos preparados.
Y aunque en algunos lugares y escenarios puede ser mucho más crítico y determinante que en otros casos, como en centros de salud, o en lugares públicos en los que la seguridad de individuos y bienes puede verse en riesgo, la previsión para atender amistosamente la segura visita de la noche, con o sin energía eléctrica convencional, forma parte de las normas básicas de seguridad que hoy en día deben considerarse en sociedades desarrolladas.
Si embargo, un apagón resulta especialmente interesante para quienes, en su acelerado andar, no se detienen a disfrutar del aroma que produce el rocío sobre el verdor, o para quienes habían olvidado el impacto del cielo plagado de estrellas, que en ocasiones parecen aproximarse.
Para ellos, lamentablemente, un apagón de vez en cuando puede ser necesario.
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