El abuso de poder nos asombra y nos confunde, pero al mismo tiempo nos ofende y nos humilla. Con el cierre de RCTV quedó demostrado que el poder y la soberbia son hermanos y que nada civilizado sale de sus entrañas. El poder ilimitado es indecencia pura, es la calumnia llevada a su máxima expresión, es una mezcla de inhumanidad e inmoralidad, soberbia y resentimiento. Es la desgracia que vive hoy Venezuela, un país ahogado en las fétidas aguas de la ignorancia negligente y el anhídrido venenoso de la obscenidad.
Las lecciones que hoy experimenta nuestro país es el resultado del estado emocional que Chávez ha inculcado con un odio inédito difícil de entender y con una manipulación que rebasa cualquier lógica social. Son lecciones que arrastramos como una penitencia no buscada, pero desinteresadamente aprendida y que siempre -aunque no la aceptáramos- estuvimos seguros de que algún día la pagaríamos. Por ello el cierre de RCTV es la más clara metáfora de la intolerancia emanada del poder y la inédita debacle de la lógica social.
El venezolano arrojó a un pozo sin fondo sus años de gloria, en la fútil creencia de que nunca viviría en los ríos subterráneos de la miseria humana y el escozor que provoca la deshumanización del alma colectiva. Chávez y su oscura bota roja llegaron para arropar la dignidad de los venezolanos y, por ello, cada poro de nuestro ser ha quedado impregnado del engaño social más grande que ha vivido una sociedad, con el consecuente regreso al primitivismo sórdido y desgarrador de un pueblo petrificado por el celaje de la desgracia.
La realidad que hoy vivimos no la podemos vender a nadie porque, sencillamente, somos la última sociedad que quedaba por experimentar los padecimientos de un gran gurú devenido en ductor de almas y guionista de una vida nacional, apegado a los designios de una sola verdad, una verdad insurrecta de sabor levantisco y faccioso, cuyo único saldo ha sido el haber saboteado el imaginario de los más olvidados, esa suerte de ejército creyente aún do-minado por la resabia demagogia de la impunidad y la degradación oficial.
Se trata de un interregno que saboreamos con amargura, labrada a paso de errores y componendas, que nos han obligado a convivir el diario regurgitar de una lengua bífida, llena de odio y resentimiento. Nos han empujado a compartir con el monstruo de la indecencia y la injuria, como si no fuera suficiente con la bota y el sable, el rifle y el muerto, la piedra y la herida, el ojo y la ideología, el cáncer y la degradación.
El gurú abrió su boca en medio del trueno y decidió dejar postergada la libertad de expresión, y desde entonces ha querido tragarse la voluntad de los soldados de la libertad, de los ciudadanos de la luz y de la más grande esencia del ser humano, la democracia.
Cada minuto que pase simboliza desde ya un destino dicotómico: muerte o resurrección. El primer escenario, marcado por el tridente y la sumisión, y el segundo, encarnado por la sabiduría y la libertad. Mientras tanto, el ojo del Gran Thor amenaza, rumiante, grotesco, retorcido, pero al mismo tiempo, temeroso, vacilante, remiso y abandonado. Basta sólo con verlo a los ojos y comprobar que es el miedo su peor enfermedad.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario