04 junio 2007

Las protestas

Sólo un gobierno con cisura totalitaria se atreve a calificar de golpistas a los jóvenes universitarios que han decidido tomar las calles para protestar pacíficamente contra los excesos oficialistas. Es de legítimo derecho hacerlo por ejemplo frente a la bravata inaudita de cerrar RCTV. No hacerlo sería dar el sí a cualquier arbitrariedad del presidente y asentir que es el dueño de la voluntad colectiva. En otras palabras, "prohibido disentir porque no le gusta al jefe".

Asombra el nivel cívico de nuestros jóvenes que tomaron las calles para protestar sin tener que avergonzarse por ninguno de sus actos. El Mayo Francés de 1968, realizado por estudiantes universitarios franceses dejó, sólo en Paris, miles de vehículos incendiados, decenas de muertes y miles de heridos. Además fue saqueado gran parte del comercio de la ciudad. De Gaulle, con todo su prestigio, bien ganado, erró la forma de confrontar las protestas. Pretendió ahogarlas mediante una carga policial desproporcionada lo que contribuyó a encender aún más los ánimos estudiantiles. Las calles parisinas se convirtieron en verdaderas batallas campales y antes de cumplirse un año de estos sucesos, De Gaulle por exigencia popular tuvo de dimitir del cargo de presidente.

Es verdad que el sistema democrático tiene muchos enemigos pero no son precisamente aquellos que provienen de las protestas estudiantiles. El mayor peligro es el que surge de la ficción del Presidente quien sustenta que sólo él representa a la mayoría silenciosa. El que así se expresa traiciona el principio básico de la democracia pues si una mayoría no puede expresarse libremente, o pudiéndolo no lo hace, significa que las instituciones están corrompidas o que simplemente que son inefectivas. El sistema deja de funcionar si las mayorías callan. Así lo ambicionan los regímenes que pretenden instaurar el pensamiento único.

El Presidente, en su intento de gobernar a nombre de una indeterminada mayoría silenciosa, lo que hace es decretar el quiebre de régimen republicano. La masa sosegada, o susurrante, sólo existe donde impera el terror. Y quien trate de representarla lo que hace es asociarse con un imaginario partido del miedo; de gentes dimitidas. Se revela así una marcada incapacidad del gobierno para conducir racionalmente un compromiso liberal que vaya más allá de una vaga posición de voluntad unipersonal.

El Presidente ambiciona un gobierno en el que haya menos jugadores y más espectadores. Pretende que la gente vea del paisaje solamente los rasgos triviales e ignorar lo que hay bajo la superficie. Le da miedo escarbar para no toparse con las fallas sociales. Prefiere no investigar y seguir con el discurso demagógico antes que ver las hendiduras que existen en el subsuelo. Hay una marcada tendencia del régimen de no investigar. De allí el peligro a la sumisión al poder entendido en su forma más perversa.



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