El título de esta columna ni ofende ni valora. Es descriptivo, a rajatabla, de quienes dicen escribir una reforma constitucional que mejor escribe el Dictador, que dicta él como tal con pensamiento ajeno y no propio, procurando la desfiguración final de Venezuela.
Alude, pues, a quienes marchan sobre tal despropósito a contrapelo de nuestra historia constitucional, apartando las costumbres y tradiciones que han hecho lo que somos y la esencia que hasta hace ocho años - para ser exactos - nos permitiera llamarnos - sin exclusiones ni listas odiosas - venezolanos, a secas.
Podría decirse que la reforma en curso cristaliza una traición. Señala pérdida de fidelidad a la patria, que es algo más que la patria de bandera.
Niega la patria de campanario descrita por Miguel de Unamuno: tierra que pisamos, a la que vivimos atados de conjunto por vínculos afectivos, culturales e históricos, macerados por el tiempo, desde nuestro salvaje amanecer.
Forjar sobre nuestra geografía, como hoy se pretende, un modelo de organización social y política socialista inspirado - según consta - en los moldes marxistas que a diario consulta el Dictador y que toma de la Constitución cubana de 1976, es tachar nuestra compleja mixtura de pueblo: genéticamente libertario - hecho y fraguado para la libertad en el compartir - e igualitario, por practicar la igualdad en el recreo de la diversidad.
No cabe entre nosotros un modelo político maniqueo, totalitario, de partido único, que abjure del Ser que somos. No tiene destino, aquí, un modelo económico negado a la propiedad y confiscado por el Estado, que nos arrebate la exigencia vital del Tener. No ha lugar en Venezuela, en fin, un modelo social que congele y masifique, que impida la movilidad ascendente de la gente, cegándole su derecho de Aspirar.
Veamos porqué.
La influencia de la savia hispana nos hizo particularmente asistemáticos, huidizos al encasillamiento dentro de formas sociales o jurídicas impermeables. De allí que acatemos pero no siempre cumplamos con la ley formal. Esa es la regla desde la Colonia.
El insumo africano, por llegado en los buques negreros del dolor, que sujetaran a su "carga" sobre el rasero común, mancillándola, estimuló nuestro sentido parejero y la igualdad en la penuria; pero nos dio altivez y hasta humor para sobrellevar las desventuras.
Y la dosis indígena, que en nuestro caso fue la de menor agregado por razones tropicales - no somos hijos del altiplano y las endemias palúdicas casi extinguieron a nuestras comunidades originarias - nos agregó nomadismo, inestabilidad, vocación al cambio, serena disponibilidad para los sueños, más allá de lo mundano.
Esa constelación, que Vasconcelos describe para los mexicanos como el mestizaje cósmico, es la que explica nuestro carácter abierto de venezolanos: somos todo a la vez y no somos una sola cosa. No somos seres clonados, amasijos unicolores, así se nos vista de rojo rojito.
Fue la mixtura interracial la que nos insufló un espíritu propio y distinto, que reclama de algo más que de la libertad pasiva, domeñada; que nos empuja al crecimiento y al ascenso individual y social permanentes.
Los hacedores de nuestras varias Constituciones, desde 1811 hasta ahora y entre las muchas reformas que provocaran para dibujar sobre nuestra geografía - haciéndonos centralistas o federalistas, o ambas cosas y al momento - o para proveer a las sucesiones entre los varios gendarmes que coparan nuestra realidad, cebándosela, tuvieron el cuidado de no incurrir en el dislate suicida de tocar la esencia de lo nacional. De allí que nos dieran formas sociales y políticas susceptibles de asegurar la armonía de los extremos y nuestros complejos equilibrios.
El venezolano tipo no es de derecha y tampoco de izquierda. No cree ser el ombligo del mundo, pero no acepta minusvalías dentro del mundo. Es egoísta y generoso, hasta para los odios. Coquetea con los dictadores, siempre que no le dicten ni le atropellen. Comparte lo que tiene, cuando se le respeta lo que tiene. Es una suma y todo lo contrario, y así es y así somos los venezolanos comunes.
La reforma constitucional, tal y como se presenta, es, por consiguiente, antivenezolana.
Es un anticuerpo que invade a nuestro cuerpo desde adentro, ¡qué duda cabe!, animado por la revancha de los malos hijos. Es el germen que, vestido de miliciano, navegó otrora desde La Habana hasta las playas de Machurucuto, dejándonos muerte y horadándonos la Patria a nombre del socialismo. Nada más.
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