Por noventa minutos sacaremos de las mentes las diferencias que nos separan, las angustias de la incertidumbre, las pequeñas y grandes miserias cotidianas, para conectarnos con esos once muchachos venezolanos dispuestos a mostrarnos, con garra y talento, que la lucha por aparentes imposibles sí tiene sentido.
Esa tregua, que puede extenderse a lo largo de la Copa América, no se la debemos a nadie, es un derecho adquirido por el país y no producto del esfuerzo de un solo hombre (ya ustedes saben quién) tal y como lo asienta con descarada obsecuencia un panfleto promocional del evento.
Esta vez le tocaba a Venezuela (es el único país que no la ha organizado) y ya sabemos el carácter sectario y la utilización política que se la ha querido dar a la Copa por parte de un Comité Organizador cuyas ejecutorias se parecen en mucho a lo que se intentó con los Juegos Olímpicos en la Alemania de Hitler y durante el Mundial de Argentina en 1978. Semejanzas que desaparecen a la hora de entregar unos estadios inconclusos y una ¿venta? de entradas destinadas, en su gran mayoría, a los camisas rojas.
De esa forma veremos cómo si a la selección le va bien el gran artífice de la victoria será el futbolista Hugo Chávez. Pero si ocurre todo lo contrario, entonces la responsabilidad recaerá sobre los jugadores, Richard Páez, la oposición, el imperialismo y sus lacayos.
Con todo, es posible olvidarse de todo eso, por ahora y seguir el ejemplo de los argentinos, quienes enterraron odios y dolores para apoyar a su equipo en plena dictadura militar o de nuestro vecinos de Colombia, donde guerrilla y gobierno guardaron los fusiles, encendieron los televisores y se concentraron en su selección, a la postre campeona del torneo.
Y eso así porque la selección no pertenece a nadie en particular y en este momento se convierte en el factor capaz de unir a todos los venezolanos en un solo propósito: el triunfo deportivo. Un bálsamo, una aliciente y una dulce cucharada de éxtasis que elevaría nuestra maltrecha autoestima nacional.
Pero hasta ahí llegamos porque entre juego y juego el país sigue debatiéndose en su dilema político y mañana, día del periodista, con las razones de la lucha intactas, saldremos a marchar por el rescate pleno de libertad de expresión, que es el de la democracia. Así que no se trata de sabotear la Copa, ni de subvertir el orden, pero sí de aprovechar que buena parte del mundo nos escudriña para meterle un gol a la mentira y a la manipulación.
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