02 junio 2007

¿Otra crisis provocada?

Cuántos rumores circulan estos días. Versiones van y vienen. Se transmiten de boca en boca. También por vía multimedia. Algunos mensajes son directrices para la disidencia activa en las calles. Otros son alertas o información. Lo más reciente navegando por la red son las interpretaciones que están haciendo algunos observadores políticos sobre este nuevo episodio que enfrenta al régimen militarista con la sociedad democrática.

Quienes hacen una segunda lectura de los eventos que hoy conmueven al país pretenden prevenir sobre lo que sería una nueva estratagema del autócrata. Otra provocación para calibrar fuerzas, medir fuelle, verificar lealtades, desenmascarar "traidores" y reconocer "enemigos". Esto a los fines de aplicar otra purga, dentro y fuera de la revolución, pensando en la implantación del totalitarismo neocomunista del siglo XXI a través de la próxima reforma constitucional. El plan, según esta tesis, sería alentar el caos para detectar y barrer la disidencia. Luego restituir el orden y fortalecer su poder mediante sentencia del TSJ a favor de los derechos de RCTV.

Los que hacen esta disquisición recuerdan las crisis urdidas (admitidas luego y exhibidas como logros personales) que condujeron a los acontecimientos de abril de 2002, al paro cívico nacional y al aplazamiento del referendo revocatorio hasta tener las condiciones para hacerse relegitimar. Los "trofeos" por estas estratagemas fueron el control de Pdvsa y la FAN. El debilitamiento de un liderazgo opositor ya menguado y la agonía de unos gremios previamente debilitados. También la postración de las instituciones y la toma del país a través de comicios generales de dudosa confiabilidad.

Así como abundan quienes no le arriendan ningún tipo de ganancia a un régimen corrupto, indolente e incompetente, fracasado en su gestión pública, que incumplió sus promesas electorales, también están los que consideran al aspirante a emperador vitalicio un hábil estratega y triunfador político. De alguna manera es así.

Aunque con demasiado empeño y, tal vez, teniendo que dedicar más tiempo y esfuerzo del inicialmente previsto, el caudillo detenta hoy más poder y controles que ningún otro presidente en la historia del país. Pero concita también mucho rechazo. Creciente desde que la sociedad observa en él un peligro para la propiedad privada, las libertades y los derechos fundamentales. Desde que las mayorías admiten su catadura violenta y creen que cubanizará al país. Desde que por las laderas de las barriadas populares sube el desengaño, la frustración, aumenta la pobreza y crece la inseguridad.

Si esto es un truco, otra provocación del caudillo para desquiciar a la sociedad a fin de terminar de cerrar el circulo totalitario e implantar el castrocomunismo, sería una estrategia tan hábil como perversa.


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