Si se tratara solamente de ideologizar a niños, niñas y adolescentes sería más fácil. Si el objetivo se centrara en meterle en la cabeza a todo el país que los pensamientos y ejecuciones de Fidel Castro son la vía perfecta para alcanzar desarrollo y progreso, sería un tiro al piso. Y es que justamente defender al socialismo, ese que le gusta a Chávez, sin bajarlo a la realidad, sin chocarlo con la Unión Soviética, Cuba o Corea del Norte, es relativamente cómodo. Competitividad y generación de riqueza a lo capitalista difícilmente podrían salir ilesas frente a conceptos como equidad, igualdad o justicia dentro de los parámetros socialistas.
Ideologizar a los chamos, pretendidamente defendidos por una ley de mantequilla, no es tan complejo. Hacerlos querer a Chávez por sobre todas las cosas no es un reto. Es un tiro al piso. Hacerlos amar a Chávez y adorar sus afiches, vallas y pancartas no es subir el Everest. Es un paseo. Hacer que los chamos se vistan de militares y jueguen a la guerra asimétrica tampoco es la reedición moderna de la Batalla de Carabobo. Lo verdaderamente complicado es otra cosa.
El chamo, con toda esa maraña en la cabeza, lleno de plusvalía, explotadores, explotados, antiimperialismo, armas, guerra de guerrilla, foquismo, células, revolución, fusiles y balas, cogestión, cooperativas, invasiones, boinas rojas, por ahora, soberanía y paredones; se encontrará a la salida de las clases del camarada Tuperio Landáez, el maestro cubano, con la realidad que va dejando el proceso mientras avanza, con la bota adelante, hacia su noveno año en el trono.
Al frente, en la bodega, la tentación de una Coca-Cola es maniatada con unos párrafos de El Capital. Más adelante, el buhonero ofrece las últimas peripecias de Transformer, pero la conciencia revolucionaria puede más. Se aguanta con unos versos de Isaías Rodríguez. Sigue y cambia de acera para no encontrarse con la chaqueta de los Yanquis de Nueva York que lo tiene loco desde que pasó para quinto. Nada. Son necesidades falsas creadas por los medios de comunicación. Los principios son irreductibles, se dice.
No entendió eso de que los Nike que estaban en la tienda del portugués los compró el hijo de la presidenta de la cooperativa. Tampoco le entró el cuento de que Tuto Jiménez, el asesor de Socialismo del Siglo XXI del Gobierno, se fue con su familia a Disney, montados en un Airbus de American, durmieron en un Marriot y alquilaron una minivan para los ocho. Tartamudeó cuando vio al señor gordo, el de los insultos televisados, con un reloj que cuesta unos dos años de salarios mínimos. Pero, ya llegando a su casa, casi se devuelve corriendo a la sala de adoctrinamiento. Le pasó por delante una caravana ministerial de 10 camionetotas 4x4 nuevecitas y 14 motorizados.
Me van a raspar en Socialismo. Hay algo que no entiendo, pensó.
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