"Ordene, Presidente". Es esta una forma de resumir el contenido de una de las patéticas frases que se les exigió repetir a civiles uniformados de rojo (muchos de ellos de buena fe o sorprendidos) en un acto en el Poliedro como respuesta a la solicitud que el propio primer mandatario hacía. "Ordene, Presidente" era el corolario de una larga proclama mezclada con rítmicas palmadas mediante una complicada fórmula que sólo es posible recordar y repetir después de fatigosos ensayos. (Es probable que esto haya pasado hace algún tiempo, pero lo acabo de ver en el excelente video sobre la militarización de Venezuela realizado por la ONG Ciudadanía Activa).
La forma golpeada y uniforme de recitar lo aprendido dejaba ver una estética (si es que el término cabe) abiertamente militar, ajena a la espontaneidad e improvisación de los eslóganes que se repiten en las romerías.
Pero el mensaje también tiene un profundo contenido ético. Hay un elemento de subordinación a un hombre de "jerarquía superior", característico de la casta militar. Una persona que ordena, que queda fuera de su propia orden, y un grupo al que pretende someter a sus preceptos. Así como el teniente que ordena a sus soldados atacar un objetivo, cortar la grama o vender pollos so pena de arresto, salto la rana o cualquier otra ocurrencia que concrete un castigo.
Este tipo de dependencia, propia del ámbito militar, no es posible transferirla a la esfera civil. El gran logro del Estado de Derecho ha sido excluir las relaciones de subordinación de un grupo a otro y sustituirlas por un sistema de estándares de conducta a los cuales están sometidos todos los ciudadanos, incluyendo los gobernantes. De allí, que quien dicta órdenes sólo lo puede hacer si tiene facultad legal para ello y queda sometido a su propia orden. Por eso, los poderes públicos, y quienes los ejercen, quedan sometidos a las leyes en igualdad de condiciones que el resto de los ciudadanos.
El sistema que se pretende imponer en nuestro país, según el cual los "superiores" ordenan y los demás obedecen, en el que los súbditos deben cumplir órdenes y los gobernantes no, en el que los derechos civiles se van restringiendo cada vez más, en el que se pretende la reelección perenne de quien gobierna, que se fundamenta en relaciones de sujeción excesiva de unos hombres a otros, en desmedro de sus derechos, es un capricho militarista que en el ámbito civil tiene un solo nombre: esclavitud.
El ciudadano no está sometido a quien gobierna sino a las leyes. Y éstas, incluyendo la Constitución, no pueden tener cualquier contenido sino que deben responder a los principios democráticos que excluyen de raíz la esclavitud. La democracia es incompatible con esta perversa fórmula, por lo que la esclavitud suele desarrollarse en la misma medida en que prosperan las formas autoritarias de gobierno. Es este el dilema: democracia o esclavitud, y muy pocos en Venezuela están dispuestos a vivir sin democracia.
La forma golpeada y uniforme de recitar lo aprendido dejaba ver una estética (si es que el término cabe) abiertamente militar, ajena a la espontaneidad e improvisación de los eslóganes que se repiten en las romerías.
Pero el mensaje también tiene un profundo contenido ético. Hay un elemento de subordinación a un hombre de "jerarquía superior", característico de la casta militar. Una persona que ordena, que queda fuera de su propia orden, y un grupo al que pretende someter a sus preceptos. Así como el teniente que ordena a sus soldados atacar un objetivo, cortar la grama o vender pollos so pena de arresto, salto la rana o cualquier otra ocurrencia que concrete un castigo.
Este tipo de dependencia, propia del ámbito militar, no es posible transferirla a la esfera civil. El gran logro del Estado de Derecho ha sido excluir las relaciones de subordinación de un grupo a otro y sustituirlas por un sistema de estándares de conducta a los cuales están sometidos todos los ciudadanos, incluyendo los gobernantes. De allí, que quien dicta órdenes sólo lo puede hacer si tiene facultad legal para ello y queda sometido a su propia orden. Por eso, los poderes públicos, y quienes los ejercen, quedan sometidos a las leyes en igualdad de condiciones que el resto de los ciudadanos.
El sistema que se pretende imponer en nuestro país, según el cual los "superiores" ordenan y los demás obedecen, en el que los súbditos deben cumplir órdenes y los gobernantes no, en el que los derechos civiles se van restringiendo cada vez más, en el que se pretende la reelección perenne de quien gobierna, que se fundamenta en relaciones de sujeción excesiva de unos hombres a otros, en desmedro de sus derechos, es un capricho militarista que en el ámbito civil tiene un solo nombre: esclavitud.
El ciudadano no está sometido a quien gobierna sino a las leyes. Y éstas, incluyendo la Constitución, no pueden tener cualquier contenido sino que deben responder a los principios democráticos que excluyen de raíz la esclavitud. La democracia es incompatible con esta perversa fórmula, por lo que la esclavitud suele desarrollarse en la misma medida en que prosperan las formas autoritarias de gobierno. Es este el dilema: democracia o esclavitud, y muy pocos en Venezuela están dispuestos a vivir sin democracia.
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