25 julio 2007

¡Y deshágase!

Con creciente abundancia, el actual régimen venezolano ha sido acusado de estar llevando a cabo la destrucción de las instituciones. En un inicio se creyó que era sólo de las instituciones políticas que, en algún momento, podían cerrarle el paso a sus designios. Cada vez más, sin embargo, la opinión generalizada que corre de zaguán en zaguán por el país entero, es que ya la destrucción va -tiene que ir, pareciere el caso- más allá. Empresas privadas, la educación privada, los medios de comunicación no gubernamentales e incluso la propiedad privada están en su mira. Ya nadie duda en este país -y cada vez más tampoco fuera de él- que se trata de un plan con claros propósitos.

Al mismo tiempo que se iba procediendo a acabar con lo que había, a la chita callando el régimen procedía a ir construyendo lo que, supuestamente, debería reemplazarlo. Ya tuvimos oportunidad de dedicar el artículo anterior al punto de partida, y por qué no, al "estilo" desde el cual se encaraba esta construcción.

Teníamos en mente un hecho singular: en todas, absolutamente todas, las revoluciones que contempló el siglo XX (todas ellas, de paso, de signo comunista, excepción hecha de los casos mexicano e iraní) se tuvo mucho éxito en derrumbar los regímenes existentes, al tiempo que se mostraban criminalmente ineptas en lo que todas ellas llamaron "la construcción del socialismo".

Vale la pena que hagamos una importante observación: en ese proceso de "destruir" el régimen ha sido sobrevaluado, igual que el bolívar. Y lo ha sido porque en muchos casos él solamente se limitó a distribuir "certificados de defunción", nada más. ¿No fue eso lo que hizo con Acción Democrática? Allí no hizo otra cosa que culminar la obra de Alfaro Ucero y los suyos. Nada más. Y con la fulana Corte Suprema de Justicia ¿no le habían adelantado el trabajo lo suficiente como para que los liquidara?

Pero también lo ha sido -y éste es el punto central del presente trabajo- en lo tocante a su obra "constructiva", o "reemplazadora", si prefieren. La desmemoria colectiva desdeña, sistemáticamente, la significación de los gallineros verticales, de los cultivos hidropónicos y de tantas sandeces que al tercio se le ocurren al calor de una cháchara interminable. Nos quedamos en el chiste y no nos damos cuenta lo que éste esconde.

En efecto, detrás de cada una de esas cosas hay el virus letal de la improvisación y de la ocurrencia (¿se acuerdan de aquel decir de nuestras abuelas, "las ocurrencias de fulano" o "qué ocurrente es mengano"?) Tantas veces Chávez nos ha mostrado que no tiene idea de qué es lo que hay que hacer, y nosotros, sin pestañear -y para nuestro pesar- lo pasamos por alto.

Ojo. Sabemos -tanto se lo hemos oído que nuestras orejas están hartas- lo que Chávez querría. Pero de ahí en adelante lo que vemos, lo que vemos una y otra vez, es cómo nada de lo que intenta, le sale. Es como cuando visitamos el circo y hay que disparar la pelota a un hueco que, si acertamos, nos proveerá de premios. Disparamos y disparamos ¡y nada! Ese es Chávez y en eso lleva ya cerca de 9 años.

El asunto, sin embargo, va más allá. La semana pasada proponíamos que su "voluntarismo" extremo -la eterna maldición de las revoluciones comunistas- le llevaba a todas las maldiciones del Fiat. Y lo hacía porque aquel voluntarismo iba mezclado con un militarismo contumaz que hacía grumos con un desprecio tenaz por los métodos que la democracia tiene para lograr sus fines.

Hoy es importante que volvamos la mirada al "no Fiat", al "deshágase". En su afán -y su prisa- por adelantar el paso de su proyecto, Chávez arroja dinero a manos llenas, se entromete a cada rato, cambia de dirección en un dos por tres¿ y nada sale.

Allí están para mostrarlo su fulana Reserva, que no pasó de mostrarnos a unos gordos cansados, con caras de "y cuándo se acaba esto"; la Universidad Bolivariana, el PSUV y la última conocida, la fulana Escuela Latinoamericana de Medicina, esperpento que este periódico mostró el pasado domingo.

El régimen está "botando" los reales¿ ¡y el juego! Está perdiendo la única oportunidad que el moribundo proyecto castrista tuvo de continuar. No tiene ideas, ni proyectos ni gente para llevarlos a cabo si aquéllas aparecieren. Está condenado al "elenco" rígido y vagabundón que mueve de un lado para otro.

Es, ya, la víctima irremediable de su propio discurso y por qué no, de su gran líder. Gracias a ellos, Venezuela tiene más futuro del que imaginamos hoy en nuestra pesadumbre. ¡Dios es grande!



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