Sólo el Bien tiene facultad creativa o re-creativa del mundo, el Mal, por su parte, sólo tiene fuerzas para provocar dependencia de factores externos y para arrasar con cualquier orden establecido, y aunque el pérfido seductor jamás lo exprese, la verdad es que el Mal, en medio de los placeres, es un castigo en sí mismo que socava las bases morales del individuo, le sustrae el poder sobre su persona, le arrebata su identidad, lo abandona en medio de las masas sin rumbo ni destino para luego someterlo definitivamente a la voluntad ajena, siempre claro en medio del jolgorio y la renovación de promesas, para culminar en la autodestrucción personal y de los pueblos.
El Mal no sería tal ni representaría tanto peligro para el hombre y los pueblos, si no tuviera al mismo tiempo la capacidad para mutarse, para disfrazarse de protector-vengador, para disponer de los recursos de todos para encumbrarse como supremo dador, para inculpar al prójimo de los desaciertos propios, para justificarse cínicamente en un futuro y nunca posible bienestar total.
La reforma constitucional parece, entonces, diseñada por el Mal, porque en medio de la oferta de igualdad, infinitos jolgorios y placeres a título de participación en comunas, gratuidad total, eliminación de exámenes y evaluaciones, suministro ilimitado de recursos para satisfacer cualquier necesidad y disminución de la jornada de trabajo, se agiganta el poder del Presidente de la República para que sobre cada individuo o comunidad él haga su sola voluntad, para que subordine al Banco Central y disponga a sus anchas de las reservas internacionales, para que sustituya la propiedad privada por el monopolio estatal, mientras se le arrebata al ciudadano la posibilidad de elegir, controlar y revocar a sus inmediatos gobernantes, condiciona la participación ciudadana a la realización de actividades dirigidas a fortalecer el poder estatal, se entregan los derechos a la vida, a la integridad personal, a la defensa, a la información, a ser juzgados por nuestros jueces naturales, a ser sancionados sólo una vez y por faltas o delitos consagrados con anterioridad a la supuesta comisión de los hechos y el derecho a ser informados sobre las razones de la detención o el juzgamiento.
Se suprime toda noción del orden político-territorial para dar paso al caos bajo la falaz concepción de una nueva geometría del poder, donde nadie sabrá quién es el vecino o el comisario, el maestro o el soplón, donde la masa tendrá facultad para azotar a la disidencia, donde sólo la voz conforme tendrá libre derecho a votar.
Una reforma que confunde interesadamente la propiedad privada con el espacio propio que todo ser -humano o animal- tiende a defender y preservar, aunque impúdicamente se le asigna al Estado, que en realidad es al Gobierno, a un cogollo o a un solo individuo; es decir, a quienes comandarán el país sin cambio de turno. Cercena la facultad creativa, las aptitudes y vocaciones, negándoles las garantías para su desarrollo y protección, somete la elección de los estudios y del trabajo a los dictados del Gobierno. Suplanta los valores de la vida, la libertad y la seguridad jurídica y personal, por llamados a la muerte, a la guerra entre los hombres por causa de la diversidad de ideologías. La participación protagónica no es vinculante para el Gobierno y restringe la posibilidad para abrogar leyes y decretos.
El socialismo se expresa como castigo al mercantilismo, a la falta de solidaridad social, a la ausencia de responsabilidad social. El socialismo como castigo ya está a la vista: desinversión, escasez, delincuencia, caos, inseguridad, arbitrariedad e inflación. La única ventaja dentro de todo esto es que el Mal siempre pregunta: ¿quieres más?
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