El 17 de diciembre de 1982, tres de mis compañeros oficiales y yo juramos fidelidad al Ejército Bolivariano Revolucionario. Nos considerábamos parteros de un movimiento que miraría críticamente al catastrófico sistema político y social venezolano, y formularía propuestas para mejorarlo. Uno de los oficiales que me acompañaba era Hugo Chávez, hoy presidente de Venezuela, a quien he conocido desde que entré en la Academia Militar hace 35 años.
Chávez y yo trabajamos juntos por muchos años. Le apoyé durante los peores momentos, y le serví como ministro de Defensa. Pero ahora, poco después de retirarme, me encuentro moral y éticamente obligado como ciudadano a expresar mi oposición a los cambios a la Constitución que han sido presentados a los votantes para su aprobación, el día de mañana.
La propuesta, que aboliría los límites al mandato presidencial y expandiría los poderes del presidente, no es más que un intento de establecer un estado socialista en Venezuela. Como nuestros obispos católicos han dejado ya bien claro, un estado socialista es contrario a las creencias de Simón Bolívar, héroe de la independencia suramericana, y se opone también a la naturaleza humana y la percepción cristiana de la sociedad, pues da al Estado control absoluto sobre el pueblo gobernado.
Venezuela se enfrenta a un amplio abanico de problemas que no han sido atacados en los ocho años que Chávez ha estado en el gobierno, aunque la actual constitución provee un amplio margen para que cualquier gobierno decente y honesto lo hiciera. La inflación, amenazas a la seguridad personal, escasez de bienes de consumo básico, déficit de viviendas y deprimentes servicios de educación y salud son los problemas que no se resolverán con la aprobación de esta mal llamada reforma.
Es así como nosotros, el Pueblo de Venezuela, hemos llegado a esta difícil encrucijada, en la que debemos preguntarnos si es democrático establecer la reelección indefinida del Presidente, declararnos como nación socialista y eliminar la participación cívica.
La respuesta es que todos los venezolanos de todas las clases sociales somos responsables del deterioro institucional que estamos presenciando. La élite nunca comprendió - y aún no comprende - la necesidad de incluir, en todos los sentidos, a los millones que, por su pobreza, han sido dejados al margen del proceso de toma de decisiones.
Al mismo tiempo, el Presidente Chávez ha llevado a los pobres a creer que están siendo incluidos por fin en un modelo gubernamental que reducirá la pobreza y la desigualdad. Pero la realidad indica todo lo contrario.
En los años recientes, los partidos políticos tradicionales llegaron a ver al pueblo venezolano como clientes que podían ser comprados. Durante los años de boom económico, propiciados por alzas significativas del precio del crudo, los partidos dispensaron favores, subsidios y regalos. Al final, enseñaron al pueblo sobre sus derechos pero no sobre sus obligaciones, estableciendo así el mito de que Venezuela es un país rico y que el único deber del gobierno es repartir equitativamente esa riqueza.
El Presidente Chávez ha continuado esta práctica neopopulista que llegará a su límite únicamente cuando el país reciba aquello que los economistas llaman “un shock económico”.
Los gastos públicos exorbitantes, los recurrentes déficits fiscales incluso en época de precios petroleros récord, la extremada vulnerabilidad de la inversión extranjera, las tarifas de importación extremadamente altas y nuestro creciente consumo doméstico de combustible a precios risiblemente bajos son las señales de lo que se avecina en el futuro. Parece que, aún sin una baja apreciable en los precios globales del crudo, nuestra economía bien podría llegar a una parálisis demoledora. Y cuando suceda, llegará a su fin el populismo que el gobierno practica y que ha tratado de exportar a los países vecinos.
Venezuela prosperará solo cuando todos sus ciudadanos tengan una verdadera participación en la sociedad. Consolidar más poder en la Presidencia a través de reformas constitucionales insidiosas no logrará ese cometido. Es esa la razón por la que el pueblo venezolano debe votar No mañana, y prepararse para encontrar una cultura política que finalmente pueda llevar a nuestra amada patria hacia un verdadero progreso económico y social.
Isaías Baduel
New York Times
Vía Noticias 24
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