La voluntad de los pueblos de Colombia y Venezuela se hizo sentir, contundente e inequívocamente el pasado domingo. La marea humana proveniente de Venezuela y de Colombia que se hizo presente en el concierto por la paz le dijo a Chávez: ¡somos pueblos hermanos, no queremos pleitos, déjanos vivir en paz! Al más de medio millón de personas que se hicieron presentes en la frontera colombo-venezolana se sumaron los millones que, en ambos lados de la frontera, desde nuestros hogares, frente a las pantallas de los televisores, asistimos, a distancia, a ese maravilloso evento que con la música y el espectáculo ha unido todavía más a los pueblo que Chávez pretende envolver en su proyecto político injerencista y expansionista.
Los ecuatorianos, los colombianos y los venezolanos hemos confirmado que el amarillo, azul y rojo común de nuestras tres banderas no está al servicio de ninguna ideología desconocedora de la democracia, de la libertad y de los derechos fundamentales del ciudadano.
Los artistas, cantantes y músicos, que escenificaron ese maravilloso espectáculo actuaron efectivamente como "cancilleres" de la paz y la fraternidad de tres naciones hermanas que estuvieron a punto de ser arrastradas a una guerra absurda que nadie había provocado y que nadie quería. Como dijo Carlos Vives ese día: "nadie puede cambiar la historia de amor de los pueblos".
Los organizadores del concierto acertadamente se cuidaron de evitar que el evento revistiera carácter político. Pero el mensaje de fondo fue eminentemente político: Chávez no queremos guerra entre hermanos y rechazamos tu pretensión de imponernos una ideología que distorsiona y desfigura el ideario de Simón Bolívar para justificar la implantación de un sistema económico, político y social de corte marxista leninista inspirado en el modelo fidelo-cubano.
Pero, ¿habrá Chávez captado y asimilado ese mensaje?
Evidentemente no. Su soberbia, su impulsividad, su mentalidad guerrerista no le permite entender lo que el domingo pasado los venezolanos, los colombianos, los ecuatorianos y los pueblos de todo el continente le dijeron. Indiferente, insensible a la emoción, la pasión y la energía con que desde la frontera común los venezolanos, los colombianos, los ecuatorianos de todos los niveles sociales, jóvenes casi en su totalidad, le decían: ¡Nuestra paz no tiene fronteras! ¡No queremos guerras fratricidas!, Chávez, enfrascado en su acostumbrado, aburrido e interminable monólogo dominical, seguía agitando el fantasma del imperialismo que según él continúa alentando problemas y provocando conflictos entre las naciones de América.
Además, después de haber azuzado a Ecuador y Nicaragua a romper relaciones con Colombia, ahora quiere jugar el papel de gran componedor. ¡Cuánta hipocresía! ¡Cuánto cinismo!
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