 En medio de una de esas tantas sesiones de "calistenia" política,    o "catarsis colectiva" en las que se han convertido las reuniones    sociales, en las que ya poco se habla de la familia, del trabajo,    de los proyectos personales, de los sueños y las planificaciones    futuras y estos temas son reemplazados por las "historias    escalofriantes" de nuestro día a día. De la inseguridad.    Que si a fulanito lo secuestraron, o que hay una niñita    de nueve años que aún no ha aparecido, que si me    robaron el carro o aquello llega al "clímax" de la conversación    con el torneo de "cuéntame tu secuestro Express" y así    se pasa esa velada condimentada con semejantes "cuentos de    la cripta"... Bueno, una de esas noches, alguien soltó    una frase que dejó al resto de los presentes con una    terrible sensación de "presente imperfecto" y "futuro    dudoso". La sentencia en cuestión fue: "nosotros no veremos    la reconstrucción de Venezuela. Tal vez mis hijos o quién    sabe... ¿mis nietos?". En seguida, se produjo, por unos    instantes un silencio en el grupo. Alguien se había atrevido    a poner el dedo en la llaga. Eso que todos sabemos, que se    intuye en el ambiente, que se siente en las calles. Esa mezcla    de descomposición generalizada en medio de una "borrachera"    de petrodólares. Ese manto de "vivalapepismo" que tapa    una realidad en la que vamos a caer cuando ya no nos podamos    arropar con la cobija de una "bonanza petrolera" que lo único    que ha servido es para crearnos un espejismo porque la verdad,    la gran verdad es que paradójicamente somos más    pobres. Y esto no sólo tiene que ver con las cifras macroeconómicas    sino con algo que es mucho menos tangible como es el tema    de los "valores y principios", el culto al trabajo, a la superación,    el espíritu de lucha, el asumir responsabilidades, el    "crear país"...
En medio de una de esas tantas sesiones de "calistenia" política,    o "catarsis colectiva" en las que se han convertido las reuniones    sociales, en las que ya poco se habla de la familia, del trabajo,    de los proyectos personales, de los sueños y las planificaciones    futuras y estos temas son reemplazados por las "historias    escalofriantes" de nuestro día a día. De la inseguridad.    Que si a fulanito lo secuestraron, o que hay una niñita    de nueve años que aún no ha aparecido, que si me    robaron el carro o aquello llega al "clímax" de la conversación    con el torneo de "cuéntame tu secuestro Express" y así    se pasa esa velada condimentada con semejantes "cuentos de    la cripta"... Bueno, una de esas noches, alguien soltó    una frase que dejó al resto de los presentes con una    terrible sensación de "presente imperfecto" y "futuro    dudoso". La sentencia en cuestión fue: "nosotros no veremos    la reconstrucción de Venezuela. Tal vez mis hijos o quién    sabe... ¿mis nietos?". En seguida, se produjo, por unos    instantes un silencio en el grupo. Alguien se había atrevido    a poner el dedo en la llaga. Eso que todos sabemos, que se    intuye en el ambiente, que se siente en las calles. Esa mezcla    de descomposición generalizada en medio de una "borrachera"    de petrodólares. Ese manto de "vivalapepismo" que tapa    una realidad en la que vamos a caer cuando ya no nos podamos    arropar con la cobija de una "bonanza petrolera" que lo único    que ha servido es para crearnos un espejismo porque la verdad,    la gran verdad es que paradójicamente somos más    pobres. Y esto no sólo tiene que ver con las cifras macroeconómicas    sino con algo que es mucho menos tangible como es el tema    de los "valores y principios", el culto al trabajo, a la superación,    el espíritu de lucha, el asumir responsabilidades, el    "crear país"... Salvo honrosas excepciones y el empeño de muchas familias, iglesias, profesores, escuelas, universidades y empresas en las que se "nada contra corriente" enseñando que el conocimiento, el trabajo, la solidaridad, la no discriminación y la igualdad de oportunidades son los valores que hacen fuerte a una sociedad, estos diez años de gobierno han reafirmado una cantidad de antivalores como esquema de superación. En primer lugar la obsecuencia, la adulación, la riqueza fácil y por la vía rápida, la entrega de la voluntad, el mesianismo, el "todito me lo merezco", la segregación expresada en listas (apartheid político) y básicamente el abuso, el quiebre institucional y la decadencia del Estado de Derecho.
Mucho más allá de una crisis económica que según los entendidos se nos avecina, está el quiebre moral y ético. Eso es mucho más difícil de reconstruir que la economía de un país. Es como "resetear" el espíritu colectivo... En eso, le faltó agregar a la persona que lanzó la sentencia que no es que la reconstrucción nacional la vean nuestros hijos o nuestros nietos, sino que tenemos que comenzarla nosotros... ¡Ya!
 
 
 
 
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