Lo que todos los pueblos esperan de sus gobiernos es que tome las medidas necesarias para que cada uno desarrolle -en un clima de respeto y libertad- sus cualidades y proyectos.
No esperan los pueblos que el gobierno los sustituya en sus obligaciones, vulnere sus derechos más elementales, y les impida -a través de una persecución absurda- realizar sus objetivos.
Decía Winston Churchill que "el socialismo es la filosofía del fracaso, el credo de la ignorancia y la prédica de la envidia. Su defecto inherente es la distribución igualitaria de la miseria".
El centro de cualquier sistema político es la persona. Para eso existe: para protegerla, para estimularla, para que pueda trabajar en paz, para que constituya una familia, para que eduque a sus hijos como mejor le parezca.
Aunque estos principios fueron claramente expuestos en la Declaración de los Derechos Humanos de la ONU en 1948, no comenzaron a regir a partir de ese momento.
Ya existían desde que apareció el primer hombre sobre la tierra, porque están escritos en la naturaleza de la persona. Son más íntimos a nosotros que nuestra propia sangre.
Llama la atención cómo los nuevos gobernadores se han ofrecido a trabajar con el gobierno. Disposición que expresa lealtad a la patria, sinceridad de propósitos y deseos de eficacia: principios de un buen gerente.
Refiriéndose al totalitarismo del entonces gobierno checoslovaco, Václav Havel, en su primer discurso como presidente, decía:
"Redujeron la gente autónoma y con talento, que trabajaba diestramente en su propio país, a tuercas y tornillos de una máquina monstruosamente enorme, ruidosa y maloliente, cuyo significado real nadie tiene claro".
El socialismo instrumentaliza a la persona, pues la considera útil sólo si se pliega a los intereses egoístas de quienes no conocen ni quieren conocer lo que es la verdadera libertad.
La libertad en todo lo opinable es un presupuesto para edificar el desarrollo. A veces la entendemos erróneamente como simple capacidad de elegir, desligada de la perfección del individuo.
Cuando el Estado asume un papel plenipotenciario, adormece la libertad responsable de los ciudadanos, y evita que éstos prosperen. La verdad es uno de los parámetros de la libertad. Ella es polifacética y cada uno la puede ver desde ángulos diferentes, mas no contradictorios.
Todos necesitamos oxígeno para respirar. También lo necesita la libertad para ser fecunda. El hombre libre respira a sus anchas con los dos pulmones.
Sin ese oxígeno, y la orientación hacia el bien, la libertad se malogra. Queda convertida en un bonsai, en una triste caricatura que envilece los más grandes ideales.
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