En todas partes del mundo el Presidente, cuando se inicia el año, se dirige al Parlamento para presentarles un mensaje sobre la obra cumplida y lo que queda por hacer. En Estados Unidos se le da gran solemnidad, con ambas Cámaras y numerosos invitados especiales. Se documenta con exactitud cuánto dura el mensaje (51 minutos, el último de Bush), la cantidad de aplausos e incluso, antes de ir al Congreso, se escoge al azar a un miembro del Gabinete para que se quede en su casa y sea eventualmente el sobreviviente, encargado de conducir las riendas del país en caso de ocurrir un ataque terrorista o catástrofe natural. Francia se caracteriza por mensajes solemnes. Gran Bretaña y España se conocen por sus cortas alocuciones. Seretse Khana ian Khana de Botswana arengó en dos idiomas a los parlamentarios durante 30 minutos y el amigo Medvedev acaba de alarmar a Europa con un discurso amenazante de 90 minutos.
El presidente Chávez no cree en mensajes cortos. Expresó que quienes hablan apenas media hora son unos flojos. Para documentar su obra necesitó un poco más de siete horas en cadena nacional. Oigo con frecuencia al Presidente e incluso, con sus intervalos de canciones o regaños, me parece ameno. Pero el martes, tenía que trabajar. Cumplí con mi jornada laboral, fui al mercado, a la carnicería y al regresar todavía estaba hablando. Llamé a varios amigos para preguntar si se trataba de una repetición y nadie lo sabía. El Presidente hablaba y hablaba ante sus acostumbradas focas e invitados diplomáticos. Siete horas sin moverse, sin comer y con pocas posibilidades de ir al baño. ¿Qué dijo el Presidente? Nadie lo tiene claro, pero lo que sí es seguro es que ninguno de los ministros se quedó en su casa para asumir las riendas en caso de tragedia, porque el líder de la revolución es absolutamente insustituible.
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