El primer deber de todo venezolano, reza la Constitución, es el de "honrar y defender a la patria, sus símbolos y valores culturales, resguardar y proteger la soberanía, la nacionalidad, la integridad territorial, la autodeterminación y los intereses de la Nación". Quien se diga parte vital de Venezuela, en otras palabras, ha de tenerla siempre como lo primero.
La afirmación viene al caso por la noticia de que el Presidente permitió que la bandera cubana ondease dentro del templo de nuestra memoria nacional, el Panteón Nacional, decretado por Guzmán Blanco en 1874.
A los honores de éste sólo pueden acceder los venezolanos ilustres quienes hayan prestado servicios eminentes a la patria, luego de transcurridos 25 años de sus fallecimientos. Pero no basta. Se requiere de una decisión de la Asamblea Nacional, por ser ésta, en teoría, la depositaria de la soberanía popular, y una vez como le hayan formalizado alguna recomendación al respecto el mismo Presidente, las dos terceras partes de los gobernadores de Estado o el plenario de los rectores de nuestras universidades nacionales.
La sola visita del Presidente de Cuba, Raúl Castro, o los honores de rigor que se le hayan rendido en el Panteón -el ondeo de su bandera o la escucha de su himno- carecerían de significación, en todo caso, que no fuese por el contexto que les adorna.
Es obligante que todo Jefe de Estado amigo rinda homenaje a Bolívar ante sus restos y lo es, también, que al momento, presidiendo el acto las banderas de la nación anfitriona y la del visitante, se escuchen nuestro himno y el de quien tributa su respeto al Padre Libertador. La dignidad o indignidad del visitante, su admisión o no al Panteón en calidad de huésped es un asunto sujeto a la decisión gubernamental, según los usos de la diplomacia; lo que no excluye, en toda democracia, el libre juicio de la opinión pública acerca de la inconveniencia o impertinencia de tal decisión. Pero el contexto, cabe repetirlo, en el caso del hermano de Fidel, es otro. De allí la irritación que causa su presencia en la catedral de nuestros héroes.
No es suya la culpa, es verdad, sino de Hugo Chávez Frías, quien negándose a sí el título de Presidente de "todos" los venezolanos, peor le calza y mal lleva el de soldado de nuestro Ejército de Libertades.
Relaciones cordiales y hasta privilegiadas con naciones extranjeras las han tenido todos los gobiernos precedentes al actual. Ninguno, sin embargo, permitió, por respeto a la dignidad soberana del país y por lealtad a lo venezolano, que los ministros y funcionarios de aquéllas despachasen nuestros asuntos como si fuesen cosa propia u ocupasen nuestras oficinas públicas en comunidad con los funcionarios locales.
Ningún oficial militar, para ascender u obtener los grados de su carrera, tuvo que rendirse ante los pies de ningún gobernante extranjero o someterse a la vigilancia de sus comisarios. Y en la hora de la repartición de nuestra riqueza, todos los gobernantes y legisladores que ha tenido Venezuela, hasta los más indolentes y desprevenidos, tuvieron el cuidado de satisfacer primero las necesidades del país antes de aplicar recursos a la cooperación con pueblos extraños. No ha sido el caso de Chávez.
No es un cuento que al visitar Fidel Castro a Venezuela, en 1959, una vez como triunfa su revolución contra Batista, y al entrevistarse con el presidente electo, Rómulo Betancourt, aquél le pidió a éste como regalo unos barriles de petróleo. Y Rómulo, al rompe, le dijo que el oro negro era la fuente de bienestar de Venezuela y el que lo quisiera debía pagarlo en contante y sonante. Desde entonces surgió un desencuentro que, de espaldas a su primer deber como venezolano, zanjó en beneficio de Castro el actual inquilino de Miraflores.
Desde que asumió el poder este soldado de la traición no ha hecho sino vejar a la milicia y ofender en sus sentimientos más íntimos al pueblo venezolano. Hasta se permite someter al dictado del gobernante de La Habana sus acciones como gobernante de Venezuela y escucha para ello, incluso, el criterio determinante del innombrable Procónsul cubano en la ciudad de Caracas. Las necesidades que privilegia la Casa de Misia Jacinta, hoy, son las cubanas, o la de los aliados de la revolución. Luego, si caben o alcanza, se atienden con mendrugos las de nuestra Patria, y por ello mismo se agotó el Tesoro Público. ¡Nada más insolente!
Al observar la bandera del pueblo de Martí batir el viento sobre nuestro suelo, de suyo me viene preguntarle a Chávez Frías, quien mal habla y despotrica en el exterior de todos nosotros, sus conciudadanos, ¿si acaso es o se siente venezolano, o si tiene conciencia de su primer deber como tal, que es anterior y superior a sus deberes de gobernante?
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