En estos tiempos del Socialismo del Siglo XXI, en el espíritu de los venezolanos está germinando un sentimiento que había desaparecido con la última dictadura del Siglo XX: El Miedo.Hoy en Venezuela muchos de sus ciudadanos comienzan a tener miedo a todo: El miedo principal es a perder la vida por cualquier bala asesina que, gracias a la inseguridad galopante, a la impunidad y a la falta de administración de justicia, abunda en el país.
Se teme a las represalias de quienes se han incrustado en las instituciones del Estado o de quienes han sido armados con los dineros del erario público, ambos indistintamente sólo obedecen las órdenes de un Presidente omnipresente. Existe un gran desasosiego de ser incluido en alguna de esas listas inventadas por el Gobierno, para segregar al ciudadano de elementales derechos civiles garantizados por la Constitución.
Se teme a perder la libertad, a ser sometido a prisión sin causa alguna que lo justifique, a ser sometido a juicios espurios o a ser sentenciado por jueces supeditados a una causa política. O incluso, a ser impulsado al exilio político.
Se teme denunciar las ilegalidades del ente electoral, por el miedo de ahuyentar los votos de las urnas de votación. Incluso, el temor llevó a políticos "de carrera" a declinar sus legítimos derechos para garantizarle a Hugo Chávez y a su más cercano combo la perpetuidad en el poder. Se tiene miedo a perder el trabajo, el contrato o la misión que dependen de la sumisión al gobernante de turno. Un miedo que lleva a la inacción de los trabajadores para defender sus puestos de trabajo, sus conquistas laborales y sus derechos a sindicalizarse. Un temor que arriesga ceder espacios para que grupos sindicaleros, patrocinados desde el oficialismo, cerquen las empresas y las sirvan en bandeja de plata para que el Gobierno las expropie, confisque o estatice.Incluso, asusta a los empresarios no recibir los dólares de Cadivi, que obligaría a abandonar la empresa donde se ha invertido toda una vida. Se teme a la invasión de tierras, empresas y propiedades de todo tipo, incluyendo clubes privados, por turbas pagadas por algún gobernante regional convertido en cacique de todo un estado.
Un ejemplo patente de este miedo colectivo que está paralizando a la nación es el débil ronroneo de los empresarios ante la intervención ilegal y arbitraria de las arroceras Primor y Mary, a quienes se les aplicó por adelantado una resolución que supuestamente no ha entrado en vigencia. También es harto conocido que desde hace varios años la mayoría de los medios de comunicación, por miedo a perder su concesión, han dejado de lado su independencia informativa, por decirlo elegantemente, para arrodillarse ante un aspirante a hegemón. Con honrosas excepciones, como Globovisión, RCTV, El Nacional, El Universal, NotiTarde, Tal Cual y algunas radioemisoras, es difícil encontrar medios que se atrevan a denunciar las ilegalidades y arbitrariedades del Gobierno.
Más recientemente, y como una "pequeña" muestra de la servidumbre humana que puede lograr el miedo: La decisión de una persona (no identificada) de prohibir a los integrantes de la Sinfónica Gran Mariscal de Ayacucho a tocar en la obra teatral "El violinista en el tejado", una obra que relata las tradiciones judías. La sin razón de la auto inhibición del anónimo se debió al temor de que el Gobierno, de manifiesto talante antisemita, le quitara la subvención a la orquesta. Aunque el miedo es libre, es también el principal enemigo de la libertad y el mejor combustible para alimentar a las dictaduras.
Anónimo
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