Obama no es el único y tampoco sabemos si lo será por muy largo tiempo. Pero resulta evidente que mientras EEUU dependa del petróleo tan decisivamente como ahora, la violación de los derechos humanos, el cierre de medios, la persecución de los adversarios políticos y el desconocimiento de la voluntad de los electores, no van a provocar ningún tipo de reacción en la Casa Blanca.
En realidad no pocas las veces gobiernos norteamericanos han apoyado dictaduras latinoamericanas que asesinan en masa, torturan y encarcelan, como ocurrió con los gobierno de las dictaduras militares de Argentina y Chile, para no hablar de casos más antiguos en la práctica de una doble moral que llevó al héroe de la segunda guerra mundial, Dwight Eisenhower, ya convertido en presidente, a conferirle a Marcos Pérez Jiménez la Legión de Honor, la más alta condecoración de su país.
No creemos que Obama, después del sainete de Puerto España, llegue tan lejos con Chávez, pues debe ser poco lo que tenga en común un mulato, hijo de africano y demócrata de los años dos mil, con un wasp militar y republicano de los cincuenta. Pero si las debilidades de alguna derecha se inclinaban por los gorilas de uniforme tipo Pinochet, la izquierda (si se puede llamar así) tiene como el más llamativo de sus líderes a Jimmy Carter, quien saludó la toma del poder por los sandinistas, les otorgó créditos millonarios, restableció vínculos diplomáticos con Castro y llegó a decir del dictador rumano, Nicolae Ceausescu, que "nuestros objetivos son los mismos, permitir que la población mundial comparta el crecimiento, la paz, la libertad individual, la mejora de los derechos humanos".
Tampoco Obama debe llegar hasta el extremo de la ingenuidad que caracterizó a Carter. Sintetizando una saludable dosis de principios con algo de pragmatismo, quizás le esté concediendo a Chávez, con su postura suave (antes de ganar la presidencia era bastante más duro) el beneficio de la duda. Al final, tampoco su predecesor hizo mayor cosa, a pesar de las exageraciones de Chávez sobre las presuntas conspiraciones de la CIA y más bien era evidente que ambos tenían en común los intereses petroleros.
Ocurre, por otra parte, que la blandura de Obama no es la única. Ante Chávez han caído rendidos presidentes poderosos como Lula Da Silva y el senado brasileño aceptó el ingreso de Venezuela a Mercosur por los viles petrodólares chavistas que le entran al país gracias a las relaciones comerciales binacionales. ¿Y qué me dicen de Uribe, quien ha debido tragarse el negro resentimiento que le produce el apoyo del antitético vecino a sus archienemigos de las FARC para conservar los 4 ó 5 mil millones de dólares provenientes del otro lado del río Táchira? No lo querrán, es un engorro, un advenedizo, un pesado y un incordio, pero se lo calan porque lo necesitan. Nosotros no.
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