El chavismo se asemeja cada día más a un culto, las religiones universales proclaman que Dios está en todas partes, Chávez también, su figura aparece por doquier en un avasallante despliegue de saturación mediática sólo comparable con la de un ser divino.
También existe una liturgia y una simbología que comenzando por el juramento del samán, el árbol de las tres raíces, el caudillo-ejercito-pueblo y rematando con el plan Bolívar, dan base a una perversión ideológica nunca vista, donde los principios éticos, morales, religiosos y familiares son literalmente abolidos a favor de la creación de un nuevo hombre que no tenga ninguno y que cual robot amaestrado sólo cumpla con los designios del Hegemón.
Como toda religión, existe un atuendo, en este caso, signado por la utilización del color rojo que con sus connotaciones demoníacas, define exactamente las apetencias sangrientas con las cuales amenazar a los "infieles".
Para escalar posiciones en la jerarquía de la fe chavista, no hace falta ningún mérito propio, sólo ser un apasionado de la mediocridad, una inquebrantable voluntad de destruir la obra ajena y una voracidad sin limites hacia la corrupción. Y finalmente, los que profesan esta religión se sienten eximidos de la aplastante responsabilidad de tener que pensar por sí mismos que les permite vivir y progresar en el desorden. La autenticidad requiere de un gran coraje, es por ello que el chavista de religión, prefiere ser parte de un "lumpen" que le permita ser un eunuco intelectual y así poder contagiar el mortal virus de una moderna esclavitud.
¿Para qué pensar, si el ungido piensa en todo y por todos? "Un hombre puede morir por su país, pero un país no puede morir por un hombre". ¡Será!
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