¿Qué pecado cometimos los venezolanos para merecer tanta desgracia? Un gobierno absolutamente ineficaz que se alimenta en el néctar putrefacto del comunismo.
Creer en el viejo recetario marxista es colocarse al día con el ayer. Relegar los avances espectaculares en los diversos ámbitos del saber, para cambiarlos por los años en donde el hombre inventaba la rueda. Forman parte de los trastornos psicológicos de la jauría que desgobierna y asalta nuestra nación. Aseguran que están trazando la historia de la humanidad. Osan cambiar los hechos a su conveniencia, colocando frases, eventos y circunstancias que sólo existen en la profunda telaraña de sus desvaríos mentales.
Rompe relaciones con Colombia para después ofrecer excusas. Seguramente cuando vuelva a conversar con el excelente primer magistrado colombiano Álvaro Uribe Vélez, su temblorosa voz encontrará las palabras idóneas que hagan que su par neogranadino lo vuelva a perdonar por enésima vez. En Bogotá saben que toda esa prepotencia de Hugo Chávez, son los aletazos de los superhéroes construidos con tripas de anime. Jamás llegará a tomar una decisión de envergadura, porque corre el riesgo de sufrir de algún festín moliente en las partes traseras del organismo.
Toda su política la marca la improvisación. Lo único que no les falla son los cuantiosos recursos de la renta petrolera. Con ellos se encuentran amigos y se ablandan conciencias. La realidad de nuestra pesadilla indica que toda esta podredumbre, se sostiene después de una década, por la resignación de una buena parte de la nación que marcha tras el dinero gubernamental que compró su conciencia. Todos los órganos del poder se desvanecieron en las manos del fantoche. El hazmerreír de las cumbres del mundo reparte el dinero venezolano como los viejos comediantes de los circos pueblerinos. Detrás de su antifaz de demócrata, se encuentra un sigiloso personaje que se deja llevar por resentimientos escalofriantes.
En suma, tenemos un gobierno de pacotilla. Sus funcionarios con escasísimas excepciones formaron parte de muchos lunares. Varios de sus ministros fueron de aquellos que se encapuchaban en las universidades. Incendiaban comercios, vehículos y transporte público. Su ideología la defendían con las bombas en la mano. Por eso es muy fácil que se identifiquen con los grupos violentos que atentan contra los medios y la propiedad privada. Mientras el buen estudiante luchaba en las aulas por distinguirse y lograr la excelencia académica, éstos destrozaban los ambientes universitarios para justificar su incompetencia y mediocridad.
Si hablamos del componente militar en el Gobierno, cerca del 70% por ciento son de los peores en sus promociones. Sus trayectorias siempre estuvieron vinculadas con episodios que llenaron de indignidad a regimientos enteros.
Con Hugo Chávez, ascendieron al trono los mediocres. Sus odios excrementicios contra todo aquel que exhiba talento, probidad y éxito es algo comprensible. La envidia siempre carcome al individuo que carece de virtudes. Su embeleso por sectores que se mueven en las garras del hamponato, y sus nulas políticas en la lucha contra el delito, demuestran que allí existe mucha empatía.
Este Gobierno lo sostiene el dinero petrolero y el chantaje. Un liderazgo montado sobre una gran farsa, que compra conciencia y muele los sueños de millones de venezolanos.
Aunque trate de aparentar ser un gran estadista Hugo Chávez, es la principal atracción del circo revolucionario. Su perfomance es la victoria momentánea de aquellos que no entiende que vivimos en un mundo moderno, y no en las cavernas donde duermen sus ideas roídas por los siglos.
Creer en el viejo recetario marxista es colocarse al día con el ayer. Relegar los avances espectaculares en los diversos ámbitos del saber, para cambiarlos por los años en donde el hombre inventaba la rueda. Forman parte de los trastornos psicológicos de la jauría que desgobierna y asalta nuestra nación. Aseguran que están trazando la historia de la humanidad. Osan cambiar los hechos a su conveniencia, colocando frases, eventos y circunstancias que sólo existen en la profunda telaraña de sus desvaríos mentales.
Rompe relaciones con Colombia para después ofrecer excusas. Seguramente cuando vuelva a conversar con el excelente primer magistrado colombiano Álvaro Uribe Vélez, su temblorosa voz encontrará las palabras idóneas que hagan que su par neogranadino lo vuelva a perdonar por enésima vez. En Bogotá saben que toda esa prepotencia de Hugo Chávez, son los aletazos de los superhéroes construidos con tripas de anime. Jamás llegará a tomar una decisión de envergadura, porque corre el riesgo de sufrir de algún festín moliente en las partes traseras del organismo.
Toda su política la marca la improvisación. Lo único que no les falla son los cuantiosos recursos de la renta petrolera. Con ellos se encuentran amigos y se ablandan conciencias. La realidad de nuestra pesadilla indica que toda esta podredumbre, se sostiene después de una década, por la resignación de una buena parte de la nación que marcha tras el dinero gubernamental que compró su conciencia. Todos los órganos del poder se desvanecieron en las manos del fantoche. El hazmerreír de las cumbres del mundo reparte el dinero venezolano como los viejos comediantes de los circos pueblerinos. Detrás de su antifaz de demócrata, se encuentra un sigiloso personaje que se deja llevar por resentimientos escalofriantes.
En suma, tenemos un gobierno de pacotilla. Sus funcionarios con escasísimas excepciones formaron parte de muchos lunares. Varios de sus ministros fueron de aquellos que se encapuchaban en las universidades. Incendiaban comercios, vehículos y transporte público. Su ideología la defendían con las bombas en la mano. Por eso es muy fácil que se identifiquen con los grupos violentos que atentan contra los medios y la propiedad privada. Mientras el buen estudiante luchaba en las aulas por distinguirse y lograr la excelencia académica, éstos destrozaban los ambientes universitarios para justificar su incompetencia y mediocridad.
Si hablamos del componente militar en el Gobierno, cerca del 70% por ciento son de los peores en sus promociones. Sus trayectorias siempre estuvieron vinculadas con episodios que llenaron de indignidad a regimientos enteros.
Con Hugo Chávez, ascendieron al trono los mediocres. Sus odios excrementicios contra todo aquel que exhiba talento, probidad y éxito es algo comprensible. La envidia siempre carcome al individuo que carece de virtudes. Su embeleso por sectores que se mueven en las garras del hamponato, y sus nulas políticas en la lucha contra el delito, demuestran que allí existe mucha empatía.
Este Gobierno lo sostiene el dinero petrolero y el chantaje. Un liderazgo montado sobre una gran farsa, que compra conciencia y muele los sueños de millones de venezolanos.
Aunque trate de aparentar ser un gran estadista Hugo Chávez, es la principal atracción del circo revolucionario. Su perfomance es la victoria momentánea de aquellos que no entiende que vivimos en un mundo moderno, y no en las cavernas donde duermen sus ideas roídas por los siglos.
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