Al principio todo fue fiesta entre los trabajadores del sector público cada vez que el dios terrenal de la revolución "bonita" vociferaba "exprópiese", señal de que una empresa productiva pasaba al cementerio de propiedades que arrojan enormes pérdidas económicas y apreciables dividendos electorales con su numerosa burocracia. Recordemos la euforia de la dirigencia sindical y de los "tercerizados" de Sidor, cuando Chávez anunció su estatización. Ya es vox populi el estilo depredador de invasores, GN, Ejército, Jaua, Loyo, etc., cuando se apoderan de fincas y empresas privadas que, sin pago alguno, ingresan al vertedero de improducción socialista del que ya forman parte El Charcote, el Hato El Frío, las cementeras y la propia Sidor, tan arruinada como Venalum, Carbonorca y el resto de lo que fuera el complejo ferrominero y siderúrgico más importante del continente. Los trabajadores han sido los grandes estafados, sin esperanzas de renovar sus convenciones colectivas, maltratados por una gerencia corrupta e ignorante y temerosos de que los despidan por falta de recursos.
Aunque pronto sonaron las alarmas ante la recurrencia de la caída de los índices de productividad del país y el acoso oficial a la propiedad, numerosos sindicatos y trabajadores seguían creyendo en las promesas de redención social y progreso laboral de quien se decía defensor de los pobres y enemigo declarado de los "oligarcas explotadores". Surgieron sindicatos oficialistas en las empresas públicas y privadas, sobre todo en las más grandes del país (algunos con el fin de destruirlas desde adentro). En las elecciones de Pdvsa, "ganadas" por el oficialismo con amenaza de despidos, surge una fuerza disidente que conquista la Secretaría General y otros puestos directivos. La convicción de que el plan de Chávez es perpetuarse en Miraflores y no el de darle poder y bienestar al pueblo, ha hecho que sindicalistas enrolados en las filas "revolucionarias" estén hoy en la disidencia. Ya no dudan de que "la revolución" quiere aniquilar los sindicatos y las conquistas laborales que, en el caso del sector privado, se hace por vía de las "expropiaciones".
La fiebre confiscatoria (el Gobierno no paga justiprecio alguno, sino que asalta las propiedades) está haciendo reflexionar a quienes creían que las estatizaciones beneficiaban a los pobres y contribuirían a democratizar la propiedad, el empleo, el salario y a aumentar la producción, sobre todo la de alimentos. Hoy ven las empresas y predios confiscados llenos de ranchos, sin producción agrícola, pecuaria, ni industrial, y temen que a ellos les pasará lo mismo. La confiscación de Agroisleña y el trato brutal recibido por sus trabajadores en Aragua el martes 19, ha indignado a unos cuantos sindicalistas rojitos. El viceministro de Agricultura y los 60 militares armados que le acompañaron, agredieron a los vigilantes, golpearon y amarraron a 9 trabajadores como si fueran animales de la peor especie. Rodearon de tanquetas las instalaciones y llegaron también los "malandros de la revolución", quienes atropellaron a los empleados con sus motos y les robaron sus celulares para no dejar huellas gráficas de su bestialidad.
Los venezolanos ven ahora que el cielo socialista es un infierno que empobrece al país, no les garantiza estabilidad laboral, ni salarios dignos, tampoco buenos colegios para sus hijos, y mucho menos respeto, ni seguridad. Por eso al día siguiente de la violencia delictiva contra los trabajadores de Agroisleña y a poco de que el ministro Osorio anunciase el propósito de "expropiar" a Polar y Cargill, varios sindicatos socialistas del sector de alimentos exigieron al Gobierno detener las "expropiaciones", pues consideran que el "actual modelo productivo socialista, ni camina ni caminará nunca". Denuncia Fetraharina que el Ejecutivo está aplicando "terrorismo laboral", afirmación que suscriben los sindicatos rojitos de Monaca, Polar, Bimbo, Hermo, Alfonso Rivas, cerveceros, panaderos y muchos más, quienes rechazaron la "expropiación" de las empresas Polar y Cargill. No descartan acciones de protesta, como huelgas de hambre y movilizaciones. Su argumentación es contundente: "si se va a expropiar al que no cumple, tendremos que expropiar al propio Estado". La respuesta oficial, ofensiva como siempre, calificó a los sindicatos rojitos de "locheros" y vendidos al patrón explotador. Como si el país no viera que el adversario de las conquistas laborales y el culpable de la pérdida de miles de puestos de trabajo es el mismísimo Gobierno .
El 26S está haciendo milagros: los gallos cantan ya como gallos y demuestran que Chávez no es la reencarnación del pueblo, sino su enemigo declarado.
Aunque pronto sonaron las alarmas ante la recurrencia de la caída de los índices de productividad del país y el acoso oficial a la propiedad, numerosos sindicatos y trabajadores seguían creyendo en las promesas de redención social y progreso laboral de quien se decía defensor de los pobres y enemigo declarado de los "oligarcas explotadores". Surgieron sindicatos oficialistas en las empresas públicas y privadas, sobre todo en las más grandes del país (algunos con el fin de destruirlas desde adentro). En las elecciones de Pdvsa, "ganadas" por el oficialismo con amenaza de despidos, surge una fuerza disidente que conquista la Secretaría General y otros puestos directivos. La convicción de que el plan de Chávez es perpetuarse en Miraflores y no el de darle poder y bienestar al pueblo, ha hecho que sindicalistas enrolados en las filas "revolucionarias" estén hoy en la disidencia. Ya no dudan de que "la revolución" quiere aniquilar los sindicatos y las conquistas laborales que, en el caso del sector privado, se hace por vía de las "expropiaciones".
La fiebre confiscatoria (el Gobierno no paga justiprecio alguno, sino que asalta las propiedades) está haciendo reflexionar a quienes creían que las estatizaciones beneficiaban a los pobres y contribuirían a democratizar la propiedad, el empleo, el salario y a aumentar la producción, sobre todo la de alimentos. Hoy ven las empresas y predios confiscados llenos de ranchos, sin producción agrícola, pecuaria, ni industrial, y temen que a ellos les pasará lo mismo. La confiscación de Agroisleña y el trato brutal recibido por sus trabajadores en Aragua el martes 19, ha indignado a unos cuantos sindicalistas rojitos. El viceministro de Agricultura y los 60 militares armados que le acompañaron, agredieron a los vigilantes, golpearon y amarraron a 9 trabajadores como si fueran animales de la peor especie. Rodearon de tanquetas las instalaciones y llegaron también los "malandros de la revolución", quienes atropellaron a los empleados con sus motos y les robaron sus celulares para no dejar huellas gráficas de su bestialidad.
Los venezolanos ven ahora que el cielo socialista es un infierno que empobrece al país, no les garantiza estabilidad laboral, ni salarios dignos, tampoco buenos colegios para sus hijos, y mucho menos respeto, ni seguridad. Por eso al día siguiente de la violencia delictiva contra los trabajadores de Agroisleña y a poco de que el ministro Osorio anunciase el propósito de "expropiar" a Polar y Cargill, varios sindicatos socialistas del sector de alimentos exigieron al Gobierno detener las "expropiaciones", pues consideran que el "actual modelo productivo socialista, ni camina ni caminará nunca". Denuncia Fetraharina que el Ejecutivo está aplicando "terrorismo laboral", afirmación que suscriben los sindicatos rojitos de Monaca, Polar, Bimbo, Hermo, Alfonso Rivas, cerveceros, panaderos y muchos más, quienes rechazaron la "expropiación" de las empresas Polar y Cargill. No descartan acciones de protesta, como huelgas de hambre y movilizaciones. Su argumentación es contundente: "si se va a expropiar al que no cumple, tendremos que expropiar al propio Estado". La respuesta oficial, ofensiva como siempre, calificó a los sindicatos rojitos de "locheros" y vendidos al patrón explotador. Como si el país no viera que el adversario de las conquistas laborales y el culpable de la pérdida de miles de puestos de trabajo es el mismísimo Gobierno .
El 26S está haciendo milagros: los gallos cantan ya como gallos y demuestran que Chávez no es la reencarnación del pueblo, sino su enemigo declarado.
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