Cinco y treinta de la mañana, sintonizas la radio para saber cuál es la cola del día o lo que es lo mismo, la tranca de siempre, la ya cotidiana, la que realmente te sorprende cuando no la encuentras: ¿qué pasará hoy? ¿Será que es día feriado y no me enteré? Pero no, nunca tenemos tan buena suerte. Lo que sucedía era que un camión cayó en una alcantarilla más arriba de la vía que sueles tomar y obstruyó el tránsito en ese punto. Pero el relato de un país destartalado está a punto de comenzar, o mejor dicho, continuar, en esta suerte de presente imperfecto que estamos viviendo como la vorágine de un capítulo del Correcaminos en el que el coyote nunca puede frenar e inevitablemente se cae en el abismo, con la diferencia que al final siempre lo espera un "rebote" marca ACME que lo deja mallugado, pero vivo.
Lo cierto es que desde esa hora en la que en casi cualquier parte del mundo "se están poniendo las calles", aquí estas están colmadas de carros con gente que apenas si ha podido dormir unas cinco horas desde que llegó tarde a su casa por culpa de la cola del día anterior.
Nuestras calles y autopistas se están convirtiendo en una especie de "dormideros populares" en las que aquellos que no van en el volante terminan de descansar lo que no han podido hacer en el resto de la noche. Así, mientras amanece van apareciendo también nuestras miserias. Los basureros donde antes había árboles, los abusadores que se comen la vía contraria generando el caos por el puritito gusto de exhibir su mal llamada "viveza criolla" que no es otra cosa que sirvengüenzura. Los huecos... aquí, los huecos... allá, los huecos... aún más lejos. Las vías totalmente destartaladas, los puentes caídos, las fallas de borde, los bordes en fallas, los autos que se quedan atrapados porque colapsan los drenajes y en medio de la lluvia el agua sube, así como también sucede con las quebradas que se llevan las casas que se inundan unas y se caen otras, y la gente que queda sin viviendas o en el peor de los casos sin la vida misma. No es sólo un relato urbano. Ese mismo programa de radio con el cual la gente se comunica vía Twitter nos ofrece cómo la misma historia del caos se reproduce a lo largo y ancho del territorio nacional, en una hermosa geografía que cada vez huele más a basura y cada día luce más como un chiquero.
Lo más sorprendente es quizás lo más lamentable: este ritual diario de la "mala vida" que estamos llevando se nos está haciendo una rutina a la que nos estamos acostumbrando. Hay una generación que no ha visto otra cosa y el resto corremos el riesgo de olvidar como antes, aunque había sus cosas, no todo fue TAN ASÍ.
Lo cierto es que desde esa hora en la que en casi cualquier parte del mundo "se están poniendo las calles", aquí estas están colmadas de carros con gente que apenas si ha podido dormir unas cinco horas desde que llegó tarde a su casa por culpa de la cola del día anterior.
Nuestras calles y autopistas se están convirtiendo en una especie de "dormideros populares" en las que aquellos que no van en el volante terminan de descansar lo que no han podido hacer en el resto de la noche. Así, mientras amanece van apareciendo también nuestras miserias. Los basureros donde antes había árboles, los abusadores que se comen la vía contraria generando el caos por el puritito gusto de exhibir su mal llamada "viveza criolla" que no es otra cosa que sirvengüenzura. Los huecos... aquí, los huecos... allá, los huecos... aún más lejos. Las vías totalmente destartaladas, los puentes caídos, las fallas de borde, los bordes en fallas, los autos que se quedan atrapados porque colapsan los drenajes y en medio de la lluvia el agua sube, así como también sucede con las quebradas que se llevan las casas que se inundan unas y se caen otras, y la gente que queda sin viviendas o en el peor de los casos sin la vida misma. No es sólo un relato urbano. Ese mismo programa de radio con el cual la gente se comunica vía Twitter nos ofrece cómo la misma historia del caos se reproduce a lo largo y ancho del territorio nacional, en una hermosa geografía que cada vez huele más a basura y cada día luce más como un chiquero.
Lo más sorprendente es quizás lo más lamentable: este ritual diario de la "mala vida" que estamos llevando se nos está haciendo una rutina a la que nos estamos acostumbrando. Hay una generación que no ha visto otra cosa y el resto corremos el riesgo de olvidar como antes, aunque había sus cosas, no todo fue TAN ASÍ.