Sí existe otra realidad, no siempre fuimos así. Sí, teníamos problemas, corrupción, denuncias de abuso de poder, obviamente pobreza, inseguridad y un sinnúmero de temas por los cuales quejarnos (y de hecho solíamos hacerlo sin mayores consecuencias), pero la percepción de nuestra realidad era distinta. Había algo que nos caracterizaba: la idea de futuro y de progreso era posible.
Recientemente en una de esas tantas conversaciones con mi hija quinceañera (¿les dije que es la princesa más bella?) durante una de esas "tantas horas" del tráfico caraqueño, le contaba sobre todas las cosas que se hacían antes en el país. Le hablaba sobre esa sensación de libertad y seguridad que teníamos los jóvenes de su edad, cómo la gran mayoría soñaba con graduarse de bachiller no para irse del país sino para estudiar la carrera de su preferencia en la universidad deseada, cómo todos pensábamos que este era el mejor sitio del mundo y que movernos de aquí era algo que no contemplábamos (a menos que fuera para estudiar un postgrado). Era mucho de arraigo a nuestras costumbres, a nuestra familia, a nuestros amigos, pero básicamente era una percepción de futuro, de crecimiento y de prosperidad. El asunto era tan sencillo como que si estudiabas y trabajabas duro lograrías tus metas.
El tema de la inseguridad en todos los planos: personal, jurídica, económica y política nos ha hecho ciudadanos del miedo. Es por eso que la gran estrategia del régimen es propiciar un esquema en el que el temor sea el norte, la razón y el porqué para la "misión váyanse". De esta manera logran que se pierda la percepción de futuro y así actuemos en consecuencia, o lo que es lo mismo, que muchos piensen que la salida es por Maiquetía.
Cuando le relataba a mi hija cómo éramos antes, cómo funcionaban las cosas, ella pensaba que le estaba hablando de otro país. Su realidad definitivamente es muy distinta. Como tantos otros jóvenes y niños no han visto más que esta historia y lo más alarmante es que ya nada les sorprende. Lo peor que nos puede pasar como sociedad es que nosotros los que sí vivimos otra Venezuela a punta de tanta crisis perdamos la memoria y se nos olvide contarles a nuestros hijos, o los abuelos a sus nietos, que hay otras maneras de vivir en las que la desconfianza del entorno y la desesperanza aprendida no tienen porqué ser el pan de cada día.
Pudiéramos hacer una suerte de "inventario del ayer" en el que relatemos con lujo de detalles a esas nuevas generaciones cómo era el país hace poco más de una década. La idea no es hacer de esto un acto lastimoso que se parezca a un guayabo nostálgico, sino mostrar que es posible vivir en una Venezuela distinta a la que ellos conocen, que sientan que esta locura también puede convertirse en pasado.
Recientemente en una de esas tantas conversaciones con mi hija quinceañera (¿les dije que es la princesa más bella?) durante una de esas "tantas horas" del tráfico caraqueño, le contaba sobre todas las cosas que se hacían antes en el país. Le hablaba sobre esa sensación de libertad y seguridad que teníamos los jóvenes de su edad, cómo la gran mayoría soñaba con graduarse de bachiller no para irse del país sino para estudiar la carrera de su preferencia en la universidad deseada, cómo todos pensábamos que este era el mejor sitio del mundo y que movernos de aquí era algo que no contemplábamos (a menos que fuera para estudiar un postgrado). Era mucho de arraigo a nuestras costumbres, a nuestra familia, a nuestros amigos, pero básicamente era una percepción de futuro, de crecimiento y de prosperidad. El asunto era tan sencillo como que si estudiabas y trabajabas duro lograrías tus metas.
El tema de la inseguridad en todos los planos: personal, jurídica, económica y política nos ha hecho ciudadanos del miedo. Es por eso que la gran estrategia del régimen es propiciar un esquema en el que el temor sea el norte, la razón y el porqué para la "misión váyanse". De esta manera logran que se pierda la percepción de futuro y así actuemos en consecuencia, o lo que es lo mismo, que muchos piensen que la salida es por Maiquetía.
Cuando le relataba a mi hija cómo éramos antes, cómo funcionaban las cosas, ella pensaba que le estaba hablando de otro país. Su realidad definitivamente es muy distinta. Como tantos otros jóvenes y niños no han visto más que esta historia y lo más alarmante es que ya nada les sorprende. Lo peor que nos puede pasar como sociedad es que nosotros los que sí vivimos otra Venezuela a punta de tanta crisis perdamos la memoria y se nos olvide contarles a nuestros hijos, o los abuelos a sus nietos, que hay otras maneras de vivir en las que la desconfianza del entorno y la desesperanza aprendida no tienen porqué ser el pan de cada día.
Pudiéramos hacer una suerte de "inventario del ayer" en el que relatemos con lujo de detalles a esas nuevas generaciones cómo era el país hace poco más de una década. La idea no es hacer de esto un acto lastimoso que se parezca a un guayabo nostálgico, sino mostrar que es posible vivir en una Venezuela distinta a la que ellos conocen, que sientan que esta locura también puede convertirse en pasado.
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