Adulancia y letargo
Si algo caracteriza el ambiente político venezolano, es la inmoderación en querer agradar al comandante. Y si a ello le sumamos la pasividad con la cual se está recibiendo "el menú" oficial, el resultado es delicado: éxodo, cobardía y entreguismo.
De cara al dominio de las instancias de poder y al militarismo condimentado de fanatismo revolucionario, hoy el equilibrio político capaz de contrarrestar el avance sobre el cerco absoluto del Estado y de los espacios ciudadanos, está en manos de los propios actores del proceso. Es una paradoja pero es nuestra dramática realidad. La oposición perdió poder de convocatoria y la sociedad civil tardará en rearticularse a menos que reaccione espontáneamente. Son aquellos que están en sus trincheras rojitas quienes pueden contener los delirios de la altivez revolucionaria, pero se allanan por adulancia y sumisión. A ellos hay que recordarles que toda "revolución" tiene su ascenso y su caída, sin posibilidad de borrar de la memoria los excesos de su "epopeya". Y la caída se cataliza cuando la revolución no es tal, porque lo que tenemos es un festín retórico, desordenado y salvajemente populista, cuya fragilidad está a merced de cualquier sacudón.
Un movimiento genuinamente revolucionario no se hace desde el poder. Se gesta fuera de él, arriesgando la vida por un ideal. La revolución bolivariana no llegó al balcón del pueblo -sic-, producto de una lucha de clases originaria. Llegaron al poder con etiqueta demócrata anunciando vientos de cambio y esperanza para todos. Y lo que ha imperado es autoritarismo, imposición y afrenta. Hoy aquella oferta de buena convivencia se ha transformado en ¡socialismo, patria o muerte! Y quienes se aferran a este cántico desde el blindaje del poder no les asiste convicción alguna, porque tales dogmas no son capaces de izarse desde una Hummer, un filet mignon o un perfume de Channel.
Cuando la adulancia y la indulgencia pasan por pretender ser quien no se es y reverenciar por conveniencia, carga un doble pecado: la indignidad y la hipocresía. Ser comunista y ser demócrata es tan falso como ser esposo y ser amante. Es hora que muchos hombres que se dicen patriotas, revisen a conciencia sus actitudes. Venezuela no cree ni creerá jamás en refritos habaneros. Y no habrá tiempo para arrepentimientos, porque si algo no se olvida, es el acto de adular servilmente a cuenta del sufrimiento ajeno y de la impertérrita injusticia.
La Ley Habilitante fue la guinda de la torta. Podría llamarse sin reparos, Ley Adulante. Un instrumento que convierte al primer mandatario en poder constituyente, con plenos poderes para liquidar los últimos vestigios de libertad. Y de los excesos que de ella deriven, esos parlamentarios callejeros, serán los primeros responsables.
Ojo, es sano alertar: los adulantes no deponen su "cortesía", si nada ni nadie la contiene y si no se le demuestra que tienen algo que temer. Si aquellos que se sienten avasallados no reaccionan, pues nada, los adulantes serán reyes en el reino de los ciegos, porque el letargo de los adulantes honra su pusilánime actitud, cuando más medrosa, aletargada y pasiva es la postura de quienes deben resistir la ignominia y la insensatez.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario