22 abril 2007

Tiempo de palabra

Peligro: alta nubosidad

La mayor parte del electorado, 83%, se abstuvo en diciembre de 2005. Se saboreó el poder ciudadano, pero quedó una Asamblea Nacional totalmente controlada por el Gobierno. A los pocos meses de esa masiva abstención los dirigentes de la oposición "light" comenzaron a criticar esa postura sobre la base de decir que nada sobrevivió al gesto abstencionista. Un año después, en 2006, la mayor parte de quienes no habían votado el diciembre anterior decidieron votar por Rosales. Ahora también se puede preguntar lo mismo: ¿qué quedó de la participación?

Lo de Ayer y lo de Hoy. La diferencia en los resultados de la abstención de 2005 y de la participación de 2006 es que en 2005 la sociedad democrática impuso una línea de acción -la abstención- que fue exitosa. Los ciudadanos salieron satisfechos de esa jornada porque se llamó la atención de la comunidad internacional y se evidenció el escaso apoyo militante que Chávez logró recolectar. Los ciudadanos se plantearon la abstención y ganaron.

En diciembre de 2006, a pesar de todos los explicables recelos, la mayor parte de la oposición y de la disidencia democrática aceptó participar en las presidenciales, tras la candidatura de Rosales. El objetivo era ganar y cobrar, según la feliz frase del candidato. El resultado fue que ni se ganó ni se cobró. Para muchos, la sensación que quedó fue la de un nuevo fraude, sea porque Rosales ganó y le desconocieron la victoria, sea porque Chávez ganó con una menor proporción. Si hubo fraude, no se cobró la victoria; si inflaron los resultados, tampoco se denunció la manipulación de las cifras.

En 2005 se tuvo la sensación de haber logrado lo buscado; en 2006, el sentimiento posterior fue el de haberlo perdido todo. Sin embargo, lo importante es que la idea de los críticos del primer evento ("con la abstención no se logró nada") es aún más valedera en el segundo evento ("con la participación no se logró nada"), ni siquiera la sensación de un liderazgo efectivo, ni mucho menos la unidad, con Un Nuevo Tiempo disminuido y Primero Justicia en estado de franco y sostenido deterioro.

El Problema Está en Otra Parte. Si se intenta salir del dilema que presenta la evaluación de los dos eventos, se observa que al cabo de las semanas de sus respectivas ocurrencias el sentimiento prevaleciente en ambos casos es que nada se logra consolidar en serio. A pesar de todos los esfuerzos de ciudadanos de a pie no se sale del hoyo. La colosal energía social que de tiempo en tiempo aparece no pareciera condensarse en forma duradera.

En contra de lo anterior, podría decirse que el gran resultado es un nivel mayor de conciencia social. Los ciudadanos que han participado en las luchas democráticas siguen opuestos al régimen de Chávez; tienen una comprensión más cabal del autoritarismo; desarrollan formas de resistencia en sus ámbitos de residencia y trabajo; han aprendido a no inmolarse, porque conocen la ilimitada perversidad del oficialismo en su acción represiva. Sin embargo, estos aprendizajes no resuelven esa percepción de que hay mucho esfuerzo y poca -o ninguna- utilidad.

El problema central pareciera radicar en la inexistencia de una dirección política estable, con capacidad de recoger, procesar y acumular los resultados de las luchas libradas. Por el contrario, los equipos dirigentes de las diversas jornadas han resultado triturados. Pedro Carmona y Carlos Ortega en las jornadas de 2001; más adelante el propio Ortega, con Juan Fernández y Carlos Fernández; luego, Enrique Mendoza y la Coordinadora Democrática, con Mesa de Negociación incluida; y, lo más reciente, Manuel Rosales y la dirección que lo acompañó en la jefatura de la campaña electoral, son ejemplos de esta molienda, para no citar los partidos, grupos y personalidades machucadas. ¿Por qué esos círculos dirigentes no tuvieron la fortaleza para aguantar los chaparrones? ¿Por qué la sociedad que los había aceptado al cabo de cada derrota los aplastó? ¿Es viable, posible o conveniente seguir apoyando a un equipo dirigente, a pesar de que las luchas no sean siempre exitosas o casi nunca conduzcan a los resultados esperados?

Oferta Engañosa. Para este narrador sería excesiva la pretensión de tener una fórmula que zanjara este crucial problema político. Sin embargo, hay algunas claves.

Un ingrediente esencial es que la dirección opositora no le ha hablado nunca claro a los ciudadanos, sea porque ha considerado necesario mentirle a conciencia, sea porque esa dirección no ha percibido con nitidez el fondo de la cuestión. Se ha criticado la consigna que orientó muchas luchas ("¡Chávez, vete ya!") como ejemplo de precipitación, inmediatismo y aventurerismo; sin embargo, es la única consigna -a pesar de su tono desesperado- que mostró un camino frente a un régimen que nunca aceptó ni va a aceptar, en términos democráticos, una derrota electoral. Esa consigna tuvo un resultado práctico, cuando Chávez renunció el 11 de abril de 2002 y después de esa fecha, la disidencia democrática, que había visto que era posible que el Presidente se esfumara, siguió saboreando esa posibilidad para repetirla; pero, como era inevitable, el Gobierno también aprendió y el intento se tornó imposible.

Mientras los sectores más radicales buscaban volver a tener esas condiciones irrepetibles, los más moderados, que asumieron el papel dirigente, plantearon otra estrategia: salir de Chávez por la vía electoral en el revocatorio, en medio de lo que fue una movilización sin precedentes. Ocurrió lo que se sabe. El fraude de 2004 consagró otro hecho, tan definitivo como aquél según el cual ya no era posible que Chávez se fuera "ya"; y es que tampoco era posible que se produjera el relevo presidencial a través de un proceso electoral normal, como el de cualquier democracia. Los fraudes electorales sucesivos han mostrado que, al menos en términos convencionales, la alternabilidad republicana está cancelada.

El Nudo. En algún momento los sectores democráticos se pondrán de frente a los dilemas que plantea la situación actual: ninguna aventura guiada por el inmediatismo permitirá el relevo de quienes han confiscado el poder; pero tampoco ningún proceso electoral típico de una democracia abrirá las compuertas de la sucesión presidencial. Sólo en el marco de una nueva e intensa crisis política, sobre la base de una visión clara de los problemas arriba mencionados, y con un trabajo paciente de organización ciudadana, podrá obligarse a los dueños del país a aceptar su sustitución por la vía de hacerles inviables los fraudes que los han mantenido ilegal e ilegítimamente en el poder. Todo lo demás son cautivadores y fulleros cantos de sirena, sin que exista cera para taparse los oídos ante tanto susurro enamorado ni tampoco mástiles a los cuales amarrarse para evitar la seducción.




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