El socialismo real o ficticio, teórico y práctico, bolchevique, socialdemócrata, socialcristiano y hasta nacional-socialista ocupó con su roja bandera toda la historia del siglo XX. Socialistas confesos fueron así Lenin y Kautsky, Stalin y Trotsky, Mao Tse Tung y Chou Enlai, Ho Chi Minh y Pol Pot, Kim Il Sung y Matías Rakosi, Ernst Thaelmann y Willy Brandt, Leon Blum y Maurice Thorez, Palmiro Togliatti y Pietro Nenni, Dolores Ibarruri (la "Pasionaria") y Felipe González y hasta los cristianos "comunitarios". En fin, tutti quanti.
Cuando se nos ofrece como un plato nuevo un fulano "Socialismo del Siglo XXI" ¿a cuál socialismo de aquellos se parecerá? Hasta ahora, o se responde con el silencio, o como, en el caso de los curas, se manda a los preguntones a leer a Marx y a Lenin, dos socialistas-comunistas de los siglos XIX y XX ¿En qué quedamos?
Como la verdad sale de la boca de los niños y a veces de las metidas de pata de los segundones, en días pasados un tal Erick Rodríguez, ministro de ni él mismo sabe qué, se puso de bocafloja a decir que el fin último del socialismo en su parcela era la de acabar con el tabaco, cegando su fuente, o sea los plantíos: "el que quiera fumar tabaco que lo importe", remató casi con el acento de los productores cubanos. Al día siguiente intentó dorar la píldora recubriéndola con la Organización Mundial de la Salud, pero lo dicho, dicho está. Pero no se trata de la prohibición de un renglón muy específico, sino que el declarante como dicen los franceses "vendió la mecha" repitiendo su lección de "Socialismo del Siglo XXI" tal como se le obligó voluntariamente a caletrear en los cursos secretos de adoctrinamiento del PUS bolivariano.
En efecto, lo que él deja claro es que "nuestro comandante", de tanto hablar de claro en claro y de turbio en turbio encontró la fórmula para acabar con los males del mundo, una fórmula en la cual ni siquiera pensaron los socialistas del siglo XX.
Y que como el huevo de Colón, esa fórmula era muy simple, estaba a la vista, pero nadie se había dado el trabajo de pensar en ella: si el mal es malo, pues hay que prohibir el mal. En este caso, prohibir la siembra del tabaco. Santo remedio.
Si insistimos en que no se trata de una simple metida de pata de un ministro parlanchín, es porque su anuncio tiene precedentes: el establecimiento de la Ley Seca durante las vacaciones y asuetos para evitar el aumento de víctimas fatales; porque quien en el colmo de la borrachera despaturra a todo un kindergarten, no es culpable sino el alcohol y en última instancia el automóvil, ese típico producto imperialista.
Aplicar esa filosofía a otros aspectos de nuestra realidad social, nos conducirá más pronto que inmediatamente a un mar de felicidad colectiva. Así, para acabar definitivamente con la delincuencia, basta con decretar la prohibición absoluta del robo y el homicidio. Para limpiar nuestras calles de indigentes, basta con decretar la prohibición de la pobreza.
Pero en verdad, por mucho que sean importantes, esas son apenas "reformitas" en relación con el gran problema de la humanidad en el momento actual y que, con la frivolidad de la gente, parece haber sido olvidado ante la preocupación por el recalentamiento global, contra el cual el combate lo encabeza hoy Al Gore, acaso con el oculto propósito de ganarse el voto de las menopáusicas.
El problema al cual nos referimos es el de la superpoblación mundial, ahora tanto más acuciante cuanto que hace más de medio siglo no nos encontramos en presencia de una buena y bella guerra de las de antes que reestablezca el equilibrio poblacional. El socialismo del siglo pasado había intentado resolver el asunto en sus dos vertientes: el socialismo reformista del Partido del Congreso en la India, con la vasectomía voluntaria; pero fracasó porque los campesinos la confundían con castración y porque era tan voluntaria como la inscripción en el PUS de la república bolivariana. Y el Partido Comunista de China con la ley que prohibía a los matrimonios tener más de un hijo: también fracasó.
Porque si mantener una pila de muchachos es un problemón, hacerlos es demasiado sabroso para abstenerse. Pero sobre todo, porque faltaba un revolucionario de verdad, que no sólo tuviese en su hoja de vida, con la batalla del Museo Militar, una gesta más gloriosa que la Gran Marcha y la Sierra Maestra, sino que tuvieses las neuronas más abundantes y alertas que el Pandit Nehru, el presidente Mao y el comandante Fidel Castro para dar con la solución definitiva al peligro que pone a la Madre Tierra al borde de la implosión.
Ese revolucionario de verdad ha sido el único capaz de concluir que sólo una solución radical puede erradicar de cuajo ese peligro. La raíz de la superpoblación está en el placentero encuentro entre un óvulo y un espermatozoide nueve meses antes de que se produzca la aparición del pequeño cuya sola presencia pone en peligro a la humanidad. La solución ya se encontró: pronto el Presidente de la República firmará el decreto salvador que prohíba las relaciones sexuales en todo el territorio de la república bolivariana.
Este decreto vendrá junto con el otro de obligada aprobación: el de la presidencia vitalicia del Héroe del Museo Militar. Estos dos cinturones de acero protegerán la pureza de una república como la bolivariana donde todo lo que no esté prohibido sea obligatorio.
Manuel Caballero
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