El Presidente de la República les ha pedido a los militantes del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) que cedan a los más necesitados las pertenencias que les sobren, y se conviertan así en modelos vivientes del "hombre nuevo". Para dar el ejemplo, él mismo se desprendió de $250.000 que Muamar Gadafi le había regalado. Más allá de este gesto melodramático, lo cierto es que su llamado a la solidaridad de sus camaradas ha sido recibido con la frialdad de un refrigerador de pescadero. Salvo los obsecuentes de siempre, los que aplauden incluso antes de que el jefe haya hablado, nadie se ha hecho eco de su jaculatoria. Su discurso no ha ablandado la dura costra que recubre los bolsillos de los dirigentes, militantes, simpatizantes, amigos y allegados del "proceso", que se han enriquecido de forma obscena con el derroche incontrolado del Gobierno bolivariano, y han pasado a formar una clase especial de nuevo ricos.
¿Por qué la exhortación del Presidente ha sido recibida con tanta indiferencia? Porque, es obvio, va a contrapelo de los valores e intereses de la mayoría de las personas normales y corrientes. El primer mandatario pareciera poseer una concepción premoderna y precientífica del ser humano y del comportamiento del individuo en sociedad. Él, tan buen lector de la Biblia como se declara, cree que la acumulación de bienes y los afanes de riqueza constituyen una excrecencia del capitalismo. Está completamente equivocado. Desde las Sagradas Escrituras se sabe que esos rasgos acompañan a la especie humana desde su aparición en la Tierra. El tema es tratado en el Viejo y en el Nuevo Testamento. En la Ilíada y la Odisea, Homero lo trabaja con exquisita elegancia. Lo mismo hacen los utopistas del Renacimiento. Con Sigmund Freud adquiere una sólida base científica la tesis según la cual el ser humano es el resultado de una compleja combinación de bondad y maldad; de egoísmo y altruismo. El padre del psicoanálisis resume esta batalla épica como la lucha entre Eros y Tánatos.
Pero al jefe de Estado no le interesa Freud, sino el "hombre nuevo" de la Revolución Rusa, del Che Guevara, de Mao Ze Dong y de los comunistas más nostálgicos, a quienes no les importa que el ser humano viva mejor, sino que sea mejor. ¡Vaya ilusión! A los camaradas les seduce inventar iconos e imaginarse a los individuos como semidioses, alejados de las pasiones del común de los mortales. Durante la década de los años 30, época en la que el dominio de Stalin sobre la URSS era absoluto, el régimen magnificó la figura de Alexei Stajanov, un minero que trabaja de sol a sol, producía el triple de los demás, y cuyo salario se lo entregaba íntegro al Estado para que éste lo repartiera entre los más pobres. Fue una figura endiosada por los comunistas, que influyó sobre millones de ingenuos trabajadores rusos, quienes se dejaron explotar por los fieros capataces stalinistas sin ofrecer mayor resistencia. Mientras los seguidores de Stajanov entregaban su sangre proletaria, el "padrecito" Stalin aplastaba con su bota cruel a todo el pueblo ruso, al tiempo que la camarilla que lo respaldaba disfrutaba de una vida llena de comodidades.
El moderno padre del "hombre nuevo", Ernesto Che Guevara, propuso en Cuba el trabajo voluntario en los primeros años de la Revolución y, además, planteó eliminar los incentivos materiales, es decir, el dinero, para que estos fuesen sustituidos por los incentivos morales; habló de la emulación socialista y la contrapuso a la competencia capitalista. El resultado del voluntarismo de Guevara arrastró a la bancarrota a la economía cubana. Esta solo llegó a salir del abismo gracias al enorme subsidio que le proporcionaba la Unión Soviética. En la misma onda andaba Mao en 1958 cuando lanzó el Gran Salto hacia Adelante, empresa que el sufrido pueblo chino pagó con una feroz hambruna y con decenas de millones de muertes. La búsqueda del "hombre nuevo" propiciada por los comunistas le ha salido muy cara al género humano.
El llamado de Chávez será un nuevo fracaso. Otra demostración de que su liderazgo no es tan sólido como él se imagina. Quienes lo siguen, parte del pueblo y ciudadanos promedio, quieren ahorrar, disfrutar, acumular para dejarles bienes materiales a sus descendientes, y gozar de la vida, tal como aspira a hacerlo cualquier persona sensata.
Lo que debería hacer el Presidente es apresar y enjuiciar a los de su entorno que se han enriquecido de forma ilícita. Sin embargo, a esto no se atreve.
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