¡A quién no le gusta una buena empanada! De queso, carne mechada o molida, cazón, caraotas, pepitonas, jamón, pollo, pescado, mariscos, o mezcla de varios sabores. Frita, asada, horneada. Con masa de trigo, de maíz, de plátano o de arroz. Pequeña, grande o gigante. Calientica, crujiente, con picantico, salsa tártara o guasacaca. El comensal puede escoger entre una inmensa variedad de rellenos, y de hecho, prepararla a su antojo. ¡Qué delicia, qué manjar criollo! De chuparse los dedos. Lo mejor de este plato es que tú decides con qué lo rellenas, con qué masa lo haces, con qué lo aderezas. Así es la democracia social.
Por otro lado, todos aburrimos y ni siquiera nos imaginamos comiéndonos una vianda de esas que sirven en las cárceles, fría, toda mezclada lo que hace que no tengas ni idea qué contiene, y para colmo debes comértela obligado. Y si se te ocurre dejar algo en el plato, te lo descuentan en la próxima servida. Así es el socialismo del siglo XXI, que es la antítesis de la democracia. Su menú es determinado por "el poderoso", que decide qué podemos hacer o no, y lo impone como un paquete. No admite disentir de él.
Los venezolanos queremos empanadas, no una comida que da indigestión. Entonces, ¿será que nosotros vamos a renunciar a nuestro poder de decidir qué queremos, cómo lo queremos y cuándo lo queremos? ¿Será que nos dejaremos vencer por la apatía, que evidentemente es la principal aliada del Gobierno? No podemos permitirnos ser derrotados, no por Chávez sino por el desinterés, la apatía, y la conformidad.
Si lo hacemos estaremos condenados a estar encarcelados en el autoritarismo más feroz que podamos imaginarnos.
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