Venezuela ha tenido etapas de serias dificultades tanto en el orden económico como el social. Pero también ha habido medulares períodos de movilidad social; sobre todo en los 50 años posteriores a 1958. La banca hipotecaria y las entidades de ahorro contribuyeron a incrementar una base sólida de la clase media productiva. Cientos de miles de familias pudieron adquirir viviendas gracias a los créditos a largo plazo y tasas fijas otorgados por esas entidades. En el período de Pérez Jiménez, que precedió la era democrática iniciada en 1958, apenas en 6 años, se erigieron grandes obras públicas; algunas con plena vigencia. No obstante la corrupción y la brutal represión del régimen francamente dictatorial, el avance urbano y de infraestructura echaron las bases para posteriores desarrollos.
Por su parte, en los 50 años de democracia, tan vilipendiados por Chávez, forjaron, si pudiese llamarse así, la "civilidad" de los militares que entendieron que sus funciones debían estar subordinadas a la autoridad civil. Se quebraba así una nefasta tradición militarista de más de 100 años. También comprendieron que la preponderancia del mundo civil es indispensable en los Estados democráticos para evitar la tentación de usar las armas que la república pone en sus manos para propósitos particulares separados de los designios constitucionales. En regímenes despóticos, por el contrario, es el mundo civil el que se subordina a la preponderancia militar.
El caso del mercado de Chacao no está alejado del tema. Más que un hecho circunstancial focalizado, conforma un precedente de retrocesión institucional que nos recuerda a los gobiernos militares dominantes a principios del siglo XX. Al régimen no le importa que el inmueble en cuestión sea propiedad del Municipio Chacao. Tampoco que se materialice un proyecto anhelado por la comunidad desde hace más de 20 años. Mucho menos le importa que se deteriore el ambiente y se obstruya el libre tránsito por la zona. El régimen pretende que en lo sucesivo la gente consienta que los asuntos comunitarios que le atañen sean dirimidos por un mandato impuesto por militares quienes no vacilan en exhibir públicamente sus tanquetas y armas de guerra.
Quieren convencernos de que en lo sucesivo la razón jurídica no tendrá valor alguno. La sentencia del TSJ de decretar el antiguo mercado libre como patrimonio público, más que dirimir un conflicto, constituye una agresión a la mayoría y un pavoroso espantajo jurídico. ¿Visitó el lugar el ponente de la sentencia? Seguro que no. De haber ido hubiese verificado la existencia de un zoco circundado por bloques usuales y un techo de zinc instalado posteriormente para contener la lluvia. De haber ido, también hubiese percibido el hedor proveniente del inservible sistema de recolección de aguas servidas. Pero nada de eso importa. Vale más la toma hecha por 15 chavistas que se niegan a ocupar sus puestos en las nuevas instalaciones y que tienen secuestrado el mercado, así como la voluntad de más de 80.000 habitantes de la zona.
Este caso, como el acoso contra Rosales, la despiadada sentencia contra los comisarios y los policías metropolitanos, la injustificada violencia contra Baduel y su familia, las amenazas contra Capriles y Ledezma, entre muchos, son señales de lo que la doctrina define como "la capacidad disminuida del Estado". Esa denominación aplica cuando las instituciones pierden su esencia y se colocan a merced de la voluntad de una persona, o de unas cuantas, y no del colectivo al cual se debe. Por lo tanto, toda su cabida está orientada a favorecer a los opresores que se valen de las armas como única manera de preservar el poder. ¿Acaso no es esa la clásica ordenación dictatorial?
Es en estas circunstancias, ante la imposición soldadesca del jefe, es cuando los métodos de lucha democráticos ganan eficacia. En consecuencia, debemos organizarnos para exigir la reposición de nuestros derechos; por ahora arrebatados. ¿Cómo se hace? Ninguna dictadura ha perdurado ante el manifiesto democrático de la gente. Ni en los países más autocráticos se omite esta razón. Ante esta hora menguada lo que queda es actuar con espíritu democrático. Muchos no piensan así. Sin embargo, sólo como ejemplo, la acción de los demócratas ante organismos internacionales está comenzando a tener efectos en otros países y el farsante está quedando al desnudo.
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