La amenaza de cierre contra Globovisión, exigida por José Vicente Rangel en la mañana y confirmada por Chávez en la tarde, deja claro que, a estas alturas, el gobierno llegó a un punto tal de debilidad que ya no puede convivir con medios de comunicación críticos. El viejo lugar común goebbeliano según el cual una mentira dicha cien veces se convierte en verdad, sólo resulta válida en países donde no existe el contraste informativo, la réplica y la contra réplica, que dan al receptor (lector, escucha o televidente) la posibilidad de sopesar varios enfoques de la realidad y sacar sus propias conclusiones sobre dos o más versiones acerca de la realidad.
Pero ocurre que aquí, en este momento, los hechos de corrupción, por hablar sólo de un ejemplo, resultan tan contundentes, que nadie en su sano juicio podría salir a defender la presunta inocencia de algunos conmilitones del gran jefe, por más pérfidos y complacientes que sean los medios oficiales con los ladrones de turno. Y no porque no quieran hacerlo, sino porque no pueden, se quedan sin argumentos o éstos son tan baladíes que terminan haciendo el ridículo.
Tal fue el papel de Chávez este domingo, luego de acusar a Globovisión de partido político que conspira y a Alberto Ravell de "loco con un cañón", para transferir al adversario una condición que, literalmente, nadie mejor que él encarna en toda su dimensión. Pero sí, algo de razón debe asistirle porque un medio que pone en evidencias ciertas realidades, las corrobora con pruebas y exige justicia, termina convirtiéndose en un agente desestabilizador, como lo fue el Washington Post en el caso Watergate o el New York Times con los documentos del Pentágono sobre la guerra en Vietnam. Triste sería que teniendo a la mano las evidencias de un fraude continuado por parte de un funcionario público y de sus allegados, guardara silencio, engavetara los documentos y se convirtiera en cómplice de los corruptos. No precisamente los mismos que en el pasado denunciara con tanto empeño JVR.
Obviamente la denuncia documentada desestabiliza y ahora mucho más que antes, porque el gran elixir que protegía a los ladrones de cuello rojo y les garantizaba la impunidad, se está evaporando y se disuelve en el aire. La magia se muere, la gente va comprendiendo de qué va la cosa y luego de diez años la realidad de un país en pleno derrumbe no se puede ocultar detrás de la charlatanería y elucubraciones de un loco, este sí con un cañón, despojado de su más poderoso argumento: la chequera. Ahora sólo le queda la represión pura y dura para morirse en el poder, como es su deseo, porque siente que ya no puede darse el lujo de convivir con la libertad de expresión. Quiere bajarle la santamaría a Globovisión (una válvula que libera presión) pero sabe que si lo hace estará desafiando a los hados azar.
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