El gran descubrimiento, aún reciente para algunos observadores bonancibles, no es que éste sea un gobierno con tendencias dictatoriales, sino el objetivo de configurar un Estado totalitario y autocrático, a la manera comunista. Sí, "comunista", palabra que muchos se negaban a utilizar porque lucía como anatema, exceso retórico injustificable ("al fin y al cabo Chávez permite ciertas libertades"), algo tan refundido en el cementerio de la historia que no podía levantarse de la tumba o simplemente porque negaban un hecho que no podía (no puede) imponerse luego de 11 años de forcejeo estéril del Gobierno, ante una resistencia, pasiva y/o activa imposible de vencer.
Pero la cosa se hizo oficial cuando lo decretaron dos voces autorizadas, situadas en los extremos del espectro, digamos, filosófico. Primero el Cardenal Urosa, desde la denuncia y el atrevimiento de decir algo que era una realidad probada y comprobada desde siempre. Y luego, Fidel Castro, cuya autoridad en el tema deviene no sólo de ser hacedor de una de las dictaduras comunistas más resistentes y feroces de la historia, sino de definir, de la mano de su pupilo, la versión nacional y manganzona del comunismo cubano, hijo mestizo del finado padre soviético.
En fin, como suele ocurrir con los hechos burocráticos, en relación con los hechos reales, la oficialización de la verdad se demoró en llegar, pero como hasta ayer la negación impedía la aceptación, poca gente se atrevió a pensar en la naturaleza de este comunismo irresponsable, holgazán, sinvergüenzon y caótico (¿acaso el caos no es ingrediente básico de toda revolución?) que por esas características tan nuestras, oculta el lado eficiente de su gestión, el cual precisamos como la liquidación de la democracia a través del método democrático por excelencia (las elecciones).
Esa omisión nos lleva a confundir con dictaduras clásicas latinoamericanas, autocráticas y militaristas, políticas sistemáticas como la confiscación y silenciamiento de los medios. Así, las medidas judiciales contra El Nacional y Tal Cual, se interpretan como el intento de un autoritarismo tradicional dirigido a sofocar voces disidentes, tal y como lo hacía Pérez Jiménez, cuya meta no era crear un sistema que dure, "un milenio".
El ataque contra los medios se dirige a metas "superiores" que no sólo implican su control o confiscación para lograr el silencio, sino la creación esquizofrénica, pero calcada de los totalitarismos del siglo XX, de una realidad inexistente y paralela ("el hombre nuevo" y orgulloso de su indignidad), desarrollada al conjuro del aislamiento, la ignominia, el hambre, el terror y la muerte. Así, convirtieron países y continentes en verdaderos campos de concentración y en eso esperan convertirnos a los venezolanos.
Pero la cosa se hizo oficial cuando lo decretaron dos voces autorizadas, situadas en los extremos del espectro, digamos, filosófico. Primero el Cardenal Urosa, desde la denuncia y el atrevimiento de decir algo que era una realidad probada y comprobada desde siempre. Y luego, Fidel Castro, cuya autoridad en el tema deviene no sólo de ser hacedor de una de las dictaduras comunistas más resistentes y feroces de la historia, sino de definir, de la mano de su pupilo, la versión nacional y manganzona del comunismo cubano, hijo mestizo del finado padre soviético.
En fin, como suele ocurrir con los hechos burocráticos, en relación con los hechos reales, la oficialización de la verdad se demoró en llegar, pero como hasta ayer la negación impedía la aceptación, poca gente se atrevió a pensar en la naturaleza de este comunismo irresponsable, holgazán, sinvergüenzon y caótico (¿acaso el caos no es ingrediente básico de toda revolución?) que por esas características tan nuestras, oculta el lado eficiente de su gestión, el cual precisamos como la liquidación de la democracia a través del método democrático por excelencia (las elecciones).
Esa omisión nos lleva a confundir con dictaduras clásicas latinoamericanas, autocráticas y militaristas, políticas sistemáticas como la confiscación y silenciamiento de los medios. Así, las medidas judiciales contra El Nacional y Tal Cual, se interpretan como el intento de un autoritarismo tradicional dirigido a sofocar voces disidentes, tal y como lo hacía Pérez Jiménez, cuya meta no era crear un sistema que dure, "un milenio".
El ataque contra los medios se dirige a metas "superiores" que no sólo implican su control o confiscación para lograr el silencio, sino la creación esquizofrénica, pero calcada de los totalitarismos del siglo XX, de una realidad inexistente y paralela ("el hombre nuevo" y orgulloso de su indignidad), desarrollada al conjuro del aislamiento, la ignominia, el hambre, el terror y la muerte. Así, convirtieron países y continentes en verdaderos campos de concentración y en eso esperan convertirnos a los venezolanos.
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